sábado, 22 de marzo de 2014

Acto de amor: la memoria compartida en _Una vaca tengo_, de Jesús Bartolo



Jesús Bartolo. Una vaca tengo. Ayuntamiento de Tecámac / Los 400, México, 2013, ilustración de portada: Ángel Carlos Sánchez, ilustraciones de interiores: Saúl Ordóñez, 60 pp.




cuando el olvido nos acorrala, los poetas nos invitan a reimaginar la infancia perdida. Nos enseñan “las audacias de la memoria”.

Gaston Bachelard


Ganador del Premio Nacional de Poesía Mérida 2012, y publicado al año siguiente en coedición entre el Ayuntamiento de Tecámac y Los 400, Una vaca tengo, de Jesús Bartolo, es un poemario que, en extensión, se mira pequeño, como un colibrí, un libro-colibrí tan visible y curioso como el ave que revolotea frente quien lo mira antes de sostener su vuelo sobre la flor de la que sorberá la miel. Por su contenido, es un libro profundo —como el abismo de un pozo al que nos asomamos cuando somos niños— y, a la vez, sublime —como el olor del pan recién preparado que se escapa de los hornos en la provincia donde alguna vez hemos estado.
Profundidad y sublimación dan consistencia a la propuesta poética de esta vaca que Jesús Barolo tiene; la vaca que ha estado ahí desde antes de ser escrita (descrita), creciendo como un recuerdo incontenible a espaldas del autor, en espera de ser percibida por éste para sensibilizarlo y alentarlo a dejar inscrita esa vaca en la memoria colectiva.
Este libro-colibrí nos ofrece, en su vuelo, dos poemas escritos en verso libre: el que da título al libro, “Una vaca tengo”, y “El hábito de irse”. En tanto que el primero se conforma por 22 estrofas distribuidas en tres secciones; el segundo se desarrolla sólo en cuatro estrofas. En apariencia se trata de dos textos diferentes que seguramente fueron ideados con distintos motivos; no obstante, como cada poema escrito por un mismo autor es, de alguna manera, la continuidad de una sola intención poética, no es difícil hallar comunión (o complicidad) entre ambos.
En tanto que en “Una vaca tengo” la idea se desarrolla a partir de la evocación de la infancia, “El hábito de irse” expresa la necesidad de segmentar el tiempo reversible (el que va del presente al pasado y luego en sentido inverso) para hurgar en el “malogrado interior”,[1] con mirada “ajena de ojos ajenos”, y poder separar el olvido del recuerdo: dejando junto a aquél los odios, la rabia, la amargura del hombre (“bilis de Dios”), para que éste torne “de su cólera / encolerizada a la violencia de su vida”; y, junto al recuerdo, permanezca la duración del abrazo amado, el beso que arranca de la muerte, a fin de ser mejores personas en “ese intervalo en el que uno decide ser”.
La continuidad (o complicidad) de ambos poemas en este libro pareciera asegurarnos que la memoria compartida o el acto de recordar y compartir esas evocaciones se convierte en un acto de amor. De ahí que, en su conjunto, el libro se abra ante nosotros como un arcón que contiene (sin tenerlas todas escritas) las historias de nuestro pasado aún latente, así como de nuestro tiempo actual y de lo que seremos en el futuro.
Una vaca tengo es un baúl heredado de la abuela y construido de remembranzas que nos hacen revivir lo que no se puede olvidar; baúl del que el autor saca sus recuerdos para compartirlos mediante un fino entramado de palabras que trascienden, igual que el efecto del eco, en las añoranzas personales del lector-espectador y, a su vez, recreador de su propia historia.
Son recuerdos que, como “Viaje a la semilla”tienen un trayecto en sentido inverso cuyo recorrido va de la estadía del polvo a la reconstrucción del hombre en cuerpo, y de cuerpo en ser vivo que, del envejecimiento y sus deterioros, se yergue en lozana juventud y, de ésta, se vuelca en la sorpresa de la infancia hasta hacerla gatear, y así sucesivamente hasta pasar por el primer llanto, después de haber nacido, y retornar al útero, al embrión, a la fecundación del óvulo y, enseguida, al estallido de la disgregación de las partículas: al caos del cosmos antes de ser algo; recuerdos que hacen renacer del polvo al hombre (de la nada al ser), porque, como lo dice Jesús Bartolo en su poemario:

el hombre es la misma historia:
la búsqueda del hombre; la misma costumbre:
la costumbre de regresar,
de volver por la línea más tenue a la opacidad del conjunto,
al color y la suficiencia
para hacer del bosquejo la pintura.
Retornar le precipita del precipicio
a la tolvanera que es venir desde ahí
al polvo que es uno.

Este arcón se abre con el hexasílabo “Una vaca tengo”, a partir del cual el abanico de posibilidades para el lector se abre en evocaciones y planteamientos. Evocaciones como el campo abierto a olores, colores y sonidos que lo caracterizan, su pasto, su humedad, sus árboles…; en mi lectura, imagino el color de la vaca que pienso (mi vaca es apacible, pasta con serenidad, rumia y quizá muge); ante ello, de inmediato, me pregunto: ¿por qué tengo una vaca?, ¿qué hago con ella?, ¿qué hace una vaca en mi imaginación tan pronto la nombra el poeta?
Hallo respuestas en los versos donde Jesús Bartolo dice que la vaca ya “estaba ahí / desde antes de empezar a escribir, / de recordar que tenía una vaca”, la cual:

Pasta en mis días futuros y pasados,
pasta simplemente, va de lo anterior a lo posterior,
de mugir a la serenidad solemne
          de echarse a mascar sobre su barriga.
De rumiar interminable
          hasta que a las tres de la tarde
revienta como un pez de muchos días.

Esta vaca, que existe desde antes de ser nombrada, ha estado ahí, en el mismo sitio, aguardando, paciente mientras rumia, hinchándose día a día hasta reventar a la misma hora de cada tarde. Es legendaria por su poder de asociación con lo primigenio y la creación (y recreación) del cosmos; se halla en la Tierra desde que ésta existe y acompaña al hombre desde que éste tiene uso de memoria. Esta vaca es fecunda y cíclica: pasta de la Tierra a la que nutre después de haber rumiado.
Es una vaca sagrada como la del antiguo Egipto, donde se asociaba con la idea de calor vital.[2] Es sagrada como la de la doctrina hindú, que relaciona a este rumiante con la creación del mundo y el sustento de éste, al simbolizar su leche el polvo de las galaxias.[3] No olvidemos que el hinduismo mira en ella el lado femenino de Brahma, dios creador del universo y miembro de la triada conformada por Brahma (dios de evolución y desarrollo), Visnú (dios preservador) y Shivá (dios destructor).[4]
Esta vaca del libro de Jesús Bartolo es más que una res que pasta en el campo y mastica por segunda vez, devolviendo a la boca el alimento que ya estuvo en su estómago, igual que se rumian los pensamientos, las reflexiones y los recuerdos.
Es una vaca que, siendo lechera o no, “no es una vaca cualquiera”; es la mascota que regresa desde un pasado sin fecha para guiar al hombre por el laberinto de sus recuerdos. Mascota que orienta al poeta por el sendero de la escritura, como la de Juan Ramón Jiménez: Platero, el burro “pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría [es] todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son tan duros cual dos escarabajos de cristal negro”;[5] el Platero que está “solo en el pasado. Pero ¿qué más te da el pasado a ti [, Platero], que vives en lo eterno, que, como yo aquí, tienes en tu mano, grana como el corazón de Dios perenne, el sol de cada aurora?[6]
Esta vaca bartoliana “tiene un lucero en la frente, / un lucero amplio como el suspiro del abuelo”, un cuerno caído, las orejas garranchadas, la mirada “como de santo de iglesia”, que “mira a ninguna parte, / entre el atrás y el ahora” (“porque ahí nada duele”), “hace como que respira y respira, / se espanta los tábanos sin medida de tiempo, / mueve de vez en cuando la cabeza para comprobar: / —Sigo aquí y soy tu vaca”, tiene cuatro manchas café, como el cálido color de la Madre Tierra (color que representa, por un lado, el vigor, la fuerza, la solidaridad, la confianza y la adaptación, y, por otro, la melancolía, la antigüedad, la ausencia de pasión, lo que se marchita o se extingue, como el otoño[7]), son manchas cuyo color “recuerda: / el olor del pan de las tres”, que, nos dice el poeta:

[…] es distinto al de las cinco de la tarde.
El olor caliente del pan de las tres se dispara en todas direcciones
         como pájaro espantado por la piedra de la resortera.
El de las cinco, en cambio, es sereno,
detenta la madurez de la manteca reposada,
la ventaja del viento que fija el sabor de las teleras.

Es una vaca “gorda como las señoras / que venden pescado en la plaza, / como las nubes de agosto todo el año”; esta vaca sabe que el nombre de Chimpe y el tambor de Cortés espantan —Chimpe, el que “caminaba por las calles como buscando / nunca supimos qué” y que al sonreír “con esa sonrisa sin dientes”, igual que la vaca, le trae desgracia al poeta; Cortés: el que “cambia de una mano a otra su machete de madera, / madera que encontrará su halago en el cuerpo de quien reta / mientras bailan al tan tan, tan tan del sarape, al tan tan del trago”.
Es una vaca que “va más allá de su mugido”, representa el recuerdo que se rumia mientras el escritor piensa en su vaca y ésta piensa en el escritor que la piensa; es la vaca que se escribe y describe a sí misma a través del autor que rumia su escritura, concatenando un recuerdo tras otro, y, de paso, nos lleva a los lectores-espectadores de la pradera tropical al inefable espacio de la infancia tan profunda como el abismo del pozo.[8]
La vaca que ha estado ahí, reventando como pez de muchos días cada tarde, no es mortal; no desfallece o sucumbe por indolencia ni, por lo mismo, le explotan las vísceras por descomposición fisiológica; al contrario, es un ser desmesurado que poco a poco va creciendo, expandiéndose, hasta no caber en sí y estallar en el tiempo, cuando éste se detiene a la hora justa (como lo es el instante en que mejor huele el pan caliente) para hacer inacabable su cosmos de creatividad (proceso apacible y continuo de formación, preservación y destrucción; triada del ser, permanecer y desaparecer), del que son partícipes, primero, el poeta y, en seguida, el lector-espectador.
Esta expansión creativa de la vaca sin tiempo es un trayecto de regreso del hombre maduro a su etapa primigenia, donde todo detalle se descubre inmenso bajo la mirada sorprendida que parece ver todo por primera vez: la mira del niño que mira desde los ojos de la vaca, desde donde, a su vez, miran la vaca y el autor maduro de los versos que hablan sobre la vaca.[9]
Esta etapa es la del regreso a la infancia, que no es un acto contemplativo sino creativo, pues se basa en la reinvención (desde el presente) de la infancia (el pasado) a través de la palabra, para rescatarnos (en el futuro) del olvido.
Al referirse al retorno de la infancia como un hecho fenomenológico de la imaginación poética, Gaston Bachelard señala que “la memoria es un campo de ruinas psicológicas, un revoltijo de recuerdos”,[10] por lo que “toda nuestra infancia debe ser imaginada de nuevo. Al reimaginarla tenderemos la suerte de volver a encontrarla en la propia vida de nuestras ensoñaciones de niño solitario”.[11]
Sin embargo, este encuentro con la infancia no consiste sólo en traer a la mente el recuerdo histórico real, sino en transmutarlo a partir de la imaginación; se trata de un proceso de recuperación, meditación y recreación, de ahí que la infancia meditada sea “más que la suma de nuestros recuerdos”.[12]
El conjunto de memoria e imaginación (arqueología de lo sensible[13]) facilita, por una parte, la empatía entreel poeta de la infancia y su lector, ya que entre ambos hay una infancia que perdura, la que “permanece como una simpatía de apertura a la vida, permitiéndonos comprender y amar a los niñoscomo si fuésemos sus iguales en primera vida”;[14] por otra parte, el pasado revivido por la unión de imaginación y memoria es una construcción poética de la infancia,[15] siendo ésta el pozo del ser,[16] hacia el cual dirige su mirada el autor, del cual abreva el poeta para mantener vivos no sólo su historia legendaria[17] (no olvidemos que “la infancia del hombre plantea el problema de su vida entera”[18]), sino también su destino: el de la escritura misma,[19] donde “los recuerdos de infancia se distienden, respiran”[20] y, en recompensa, dan paz al escritor.
Por tanto, la construcción poética de este retorno a la infancia nos ofrece, en palabras de Gaston Bachelard:

Una infancia que no deja de crecer; de ahí proviene el dinamismo que anima las ensoñaciones de un poeta cuando nos hace vivir una infancia y nos sugiere que revivamos la nuestra.
Según el poeta, parecería que cuando profundizamos en nuestra ensoñación hacia la infancia, arraigamos más profundamente el árbol de nuestro destino.[21]

De esta forma, pasado, presente y futuro se sintetizan y se perpetúan a través de la poética de la infancia, pues, como afirma Franz Hellens:

La infancia no es algo que muere en nosotros y se seca cuando ha cumplido un ciclo. No es un recuerdo. Es el más vivo de los tesoros, y sigue enriqueciéndonos a nuestras espaldas […] Triste de quien no puede recordar su infancia, recuperarla en sí mismo, como a un cuerpo dentro de su propio cuerpo o una sangre nueva dentro de su propia sangre: desde que ella lo ha abandonado está muerto.[22]

En conclusión, esta vaca que tiene Jesús Bartolo, y nos comparte en este libro-colibrí, es la vaca cósmica que nos hace retornar, con el olor del pan caliente,[23] olor fecundo[24] (como el sabor de la magdalena de Marcel Proust, en su novela En busca del tiempo perdido), a la recreación de la infancia, la que nos pertenece a todos, para volvernos sensibles ante nuestros cambios en el tiempo y conscientes de lo que buscamos, sin perdernos en la sonrisa sin dientes de Chimpe ni en la violencia que aniquila, como el machete de Cortés.
Así, es mi deseo que este libro, diminuto como colibrí y expansivo como el cosmos, vuele, desde el imaginario del autor, después de haber libado en la flor de la memoria individual, y se aleje de él, en ese “hábito de irse,” para anidar en la memoria colectiva, en el espacio de recreación del lector.
“Hábito de irse” se titula el segundo poema incluido en este libro de Jesús Bartolo, y ese hábito trae a mi memoria los versos de Roberto Juarroz, que dicen:

Aunque el amor se vaya,
el hábito de amar se alarga siempre.
Por eso no es extraño
que si el amor retorna
sus gestos se entremezclen
con los gestos anteriores.
Y aparezcan amores
que vagan por el mundo
con gestos duplicados,
amores que parecen dos amores.[25]

Mi deseo es, entonces, que así como el hábito de amar duplica amores…, de igual forma, el hábito de recordar nos permita duplicar, con la lectura de este libro, la mirada de niños que observan desde los ojos de una vaca que, a su vez, mira desde la nostalgia de un autor, y que esa multiplicación sensible nos impida —con la vaca cósmica o el olor del pan caliente— ahogarnos en la desmemoria del olvido, donde perece la bilis divina de la cotidianidad violenta. Que perduremos, en el acto compartido del recuerdo, en el instante inacabable del abrazo amado y en el del beso que nos distancia de la muerte.







[1] Las citas son del libro de Jesús Bartolo. Una vaca tengo. Ayuntamiento de Tecámac / Los 400, México, 2013, ilustrado con acuarelas de Ángel Carlos Sánchez y Saúl Ordóñez, 60 pp.
[2] Juan-Eduardo Cirlot. Diccionario de símbolos. 6ª ed., Editorial Labor, S. A., Serie Nueva Colección Labor, España, 1985, p. 455.
[3] Ibídem.
[4] http://goo.gl/JlCFBR [consultado el 23 de febrero de 2014].
[5] Juan Ramón Jiménez. Platero y yo. Editorial Diana, S. A., México, 1947, p. 7.
[6] Ibíd, p. 114.
[7] http://goo.gl/oFW5Jc [consultado el 23 de febrero de 2014].
[8] “¡El pozo!... Platero, ¡qué palabra tan honda, tan verdinegra, tan fresca, tan sonora! Parece que es la palabra la que taladra, girando, la tierra oscura, hasta llegar al agua fría. […(…] Se escapa por el pozo el alma a lo hondo. Se ve por él como el otro lado del crepúsculo. Y parece que va a salir de su boca el gigante de la noche, dueño de todos los secretos del mundo. ¡Oh laberinto quieto y mágico, parque umbrío y fragante, magnético salón encantado!).
”—Platero, si algún día me echo a este pozo, no será por matarme, créelo, sino por coger más pronto las estrellas…” (Juan Ramón Jiménez. Op. cit. pp. 47-48).
[9] Sobre la mirada sorprendida, la mirada primigenia, la que se maravilla con lo que ve, Bachelard señala que “para volver a encontrar el lenguaje de las fábulas hay que participar del existencialismo de lo fabuloso, volverse en cuerpo y alma un ser admirativo, reemplazar ante el mundo percepción por admiración” (Gaston Bachelard. La poética de la ensoñación. FCE, Breviarios, núm. 330, Colombia, 1998, p. 181); lo anterior, en razón de que “la infancia, suma de las insignificancias del ser humano, tiene una significación fenomenológica propia, una significación fenomenológica pura, puesto que está bajo el signo de la maravilla. Gracias al poeta, nos hemos convertido en el puro y simple sujeto del verbo maravillarse” (Gaston Bachelard. Op. cit., pp. 193-194).
[10] Gaston Bachelard. Op. cit., p. 151.
[11] Ibídem.
[12] Ibíd, p. 193.
[13] Ibíd, p. 166.
[14] Ibíd, p. 153.
[15] “Para poder construir la poética de una infancia evocada en una ensoñación, hay que darle a los recuerdos su atmósfera de imagen” (Gaston Bachelard. Op. cit., p. 158).
[16] Gaston Bachelard. Op. cit., p. 173.
Sobre el pozo del ser y la empatía entre autor y lector, Bachelard señala que “debe haber una gran tensión de infancia en reserva en el fondo de nuestro ser para que la imagen de un poeta nos haga revivir repentinamente nuestros recuerdos y reimaginar nuestras imágenes, a partir de palabras bien reunidas. Ya que la imagen de un poeta es una imagen hablada, no una imagen vista por nuestros ojos. Un rasgo de la imagen hablada basta para que leamos el poema como el eco de un pasado desaparecido” (p. 175).
[17] Aunque, “toda infancia es legendaria en el fondo de la memoria” (Gaston Bachelard. Op. cit., p. 206, nota al pie 42).
[18] Gaston Bachelard. Op. cit., p. 208.
[19] Gaston Bachelard indica que, “al escribir sobre los recuerdos de infancia, el poeta nos habla de la importancia vital de la obligación de escribir” (op. cit., p. 205); también afirma que en cada hombre existe “un destino de la ensoñación, destino que nos precede en nuestros sueños y que se corporiza en nuestras ensoñaciones” (p. 208).
[20] Gaston Bachelard. Op. cit., pp. 205-206.
[21] Ibíd, pp. 207-208.
[22] Citado por Gaston Bachelard. Op. cit., p. 206.
[23] Sobre los olores vinculados al retorno de la infancia, vienen bien estas palabras de Gaston Bachelard: “quien quiera penetrar en la zona de la infancia indeterminada, en la infancia a la vez sin nombres propios y sin historia, será sin duda ayudado por la vuelta de los grandes recuerdos vagos, como son los recuerdos de los olores de otros tiempos. Los olores, primer testimonio de nuestra fusión con el mundo” (op. cit., p. 209). “El olor en su primera expansión es así una raíz del mundo, una verdadera infancia. El olor nos entrega los universos de infancia en expansión” (p. 212). “Unida a sus recuerdos de olor, una infancia huele bien” (p. 215). “Cada olor de infancia es una veladora en la cámara de los recuerdos” (p. 216). “Cuando, al leer a los poetas, se descubre que toda una infancia está evocada por el recuerdo de un perfume aislado, se comprende que el olor de la infancia es, en la vida, si se puede decir así, un detalle inmenso. Esa nada agregada al todo modifica el ser mismo del soñador. Esa nada le hace vivir la ensoñación engrandecedora: leemos con toda nuestra simpatía al poeta que ofrece este engrandecimiento de infancia en germen en una imagen” (pp. 216-217).
[24] Recuérdese que “los panes son símbolo de fecundidad y de perpetuación, siendo ésta la causa por la que a veces presentan formas relacionadas con lo sexual” (Juan-Eduardo Cirlot. Op. cit., p. 354).
[25] Roberto Juarroz. Antología esencial, en http://goo.gl/XD8pC3.

lunes, 20 de enero de 2014

Quetzales en mi cabeza


Los quetzales revolotean en mi cabeza mientras resumo momentos entrañables de mi inicio de año 2014 (con sus bienaventuranzas):

1. La levedad de la sorpresa: sin haberlo planeado, festejamos entre dos el cambio de año con una velada fuera de lo común: en una desolada y fría terraza de hotel (lejos de los cohetes chinos), leímos relatos y poesía, propios y ajenos; convocando, con ello, algunas voces que nos cimbran para compartirlas lejos de jolgorios y explosiones de alcohol.

2. El mejor halago en los primeros 20 días: el que me hicieron el viernes pasado la laboratorista y el ginecólogo. Ella, al ver en pantalla la resonancia, sin desprender la vista de las curvas pardas: “¡Qué bonito se ve…!”; él, mirando mis placas que ella remitió: “¡Qué hermoso está tu útero!”. (Y yo, por fuera, y más adentro del cuerpo, no he dejado de sentirme como mi útero.)

3. Mi meta en proceso: soltando el lastre y lo que me hace daño para seguir mi camino, sin dejar de “ser-me” (ser yo misma, e incluso más…).

4. Las palabras vueltas hechos: “Vení acá”, dijo, acudí, me abrazó y, decididamente, expresó: “con todo lo mujer que eres y con toda esa independencia que te cargás, me gustaría protegerte”, y lo hizo (me protegió incluso de él mismo).

5. Lo indeleble: late la memoria en la yema de mis dedos…

6. El mejor regalo: dejarme libre y no influir en mi decisión (aunque, como era de esperarse, la decisión de ambos la tomó él...; cada quién sus ansiedades o razones y soluciones ante ello).

7. La decisión tomada: en mi personal Camino de Santiago, mi sendero se ha topado con el de otras personas; al conocerlas, a algunas las he querido más que a otras, incluso las he “más-que-querido”. En el trayecto afectivo 
–que es uno interno dentro de mi camino personal–, a tres pasos de la querencia no ha faltado que me digan que “soy una buena persona…” y que “es tan fácil quererme…”; pero mi vida no concluye en el inamovible estatus de la querencia, yo miro más tramo por delante: el que lleva a la frontera del amor y hasta éste…

Es muy fácil quererme, y lo es también perderme si me quedo en el “quererse mucho” cuando hay “amarse más” (en el quererse mucho sólo se siente de manera individual cuando se está con la pareja; en el amarse, se construye en pareja para no dejar de sentir, ya de manera individual ya en comunión).

No parece fácil, pero es sencillo (sencillo, no simple) más-que-quererme, sólo hay que dar unos pasos más (con decisión, responsabilidad y correspondencia, a partir del diálogo 
las palabras son básicas; el silencio en medio de la distancia, por más corta o larga que sea, enturbia cualquier relación hasta anularla–) para resolver la incógnita del cómo (ésta se resuelve entre dos, pues muta cuando se confronta la variable del YO, con la de TÚ).

Teniendo dos dedos delante del corazón, se mira ese breve trecho afectivo…

En ese camino, dando los pasos que doy, elijo compartir mi cariño y, si puedo, mi amor, a partir de la mujer que me he vuelto en mi andar siempre decidido:

 a) Sólo quien sabe de amor, provee su salud y la de sus seres queridos. Soy una mujer sana (ante mi vulnerabilidad, busco el apoyo profesional), y sana me comparto con quien sepa valorarme así, con quien sepa procurarme así, y en corresponsabilidad, procuro la salud de quien quiero.

 b) Los hombres plenos, satisfechos por sus trayectorias –personales y gremiales– tienen tanto de sí que pueden compartirlo con otros sin mezquindad y sin censura. En esta etapa que vivo, me resulta inevitable compartir los momentos de plenitud que voy acumulando, y me place percibir la plenitud y satisfacción de quien quiero.

c) Compartirse libertad y compartir(se) en libertad, en privado y en público, es el ejercicio de los seres que aman. Soy una mujer libre, respeto la libertad ajena y defiendo la propia; no pienso coartar mi libertad limitando mi salud, mi plenitud ni mi tiempo con quien, por voluntad o indolencia, no tiene la misma capacidad de ser libre, sano y pleno.

d) Soy una mujer ocupada en muchas labores –ajonjolí de tantos moles–, pero siempre tengo tiempo y hallo los recursos para ir, escuchar, hablar y estar con quien quiero; de quien quiero espero la misma entrega, no obstante la cantidad de responsabilidades que se cargue.

Me dijo un hombre sabio (bicho en extinción: entomólogo con alma de poeta a quien conocí recientemente): las personas que siempre están ocupadas hacen un espacio para recibirte o visitarte; los desocupados siempre tienen un pretexto para demostrar lo contrario (aquí un pretexto que es una perla del desinterés: A cuatro días de distancia, ella le dice: “Te veo este viernes”, y él excusa: “No, aún no sé en qué me pueda ocupar ese día”…).

e) Sana, plena, libre y capaz de sincronizar mis tiempos con los tiempos ajenos, me comprometo con quien decido amar (si es necesario pasar por el tamiz de la querencia, será así, pero si es posible dar el salto hasta el amor, mejor; así no habré vivido en balde).

Ahora sólo falta hallar al par que camine junto a mí, sano, pleno, libre y dispuesto a sincronizarse conmigo… y con quien yo pueda sincronizarme también.

viernes, 18 de octubre de 2013

CRÓNICA DE LA PRESENTACIÓN NO REALIZADA DEL LIBRO ZURCIDO INVISIBLE



GUIÓN DEL CORTOMETRAJE




Es verdad: la suerte cambia todo el tiempo. Cada decisión que tomamos; cada intención detrás de cada acto es un pase de magia en el universo; un giro de la trama que nos coloca en un bando o en el otro. La suerte es la suerte. Lo importante es lo que cada uno haga para encontrarse con su propio destino.

La suerte está echada (película argentina).



Aclara a:

1. INTERIOR-SALÓN DE ACTOS DE LA EMBAJADA ARGENTINA EN LA CIUDAD DE MÉXICO-NOCHE

En un espacio tranquilo, iluminado, confortable y fresco, se congregan espectadores, funcionarios, amigos, AUTOR y COMENTARISTA.

En una distribución de teatro tradicional, los espectadores se sientan de frente a los personajes que ocuparán el escenario. En éste, sentados y con una mesa sobre la que extienden sus materiales de trabajo toman lugar el MODERADOR, el AUTOR y la COMENTARISTA.

El público presente centra su atención en AUTOR y COMENTARISTA.

La COMENTARISTA, mujer de 40 años, algo pálida, con ojos melancólicos y tristes como de quien se desvela en rutinas de excesos laborales, elegante y atractiva… (muy atractiva), pero tímida (consciente de su falta de experiencia para dirigirse al público), se nota un poco nerviosa, no sabe si podrá compartir con el público la emoción de su lectura sobre la novela que presenta: Zurcido invisible.

El AUTOR, hombre de 60 años, alto y esbelto como un Julio Cortázar entrado en edad madura, con pelo blanco que contrasta con la obscuridad de sus cejas, mira confiado al público. Su mirada es profunda y penetrante, como la de una lechuza posada en un árbol durante la noche (una noche de luna llena). Mira al público frunciendo esporádicamente el entrecejo con la certeza de un analista clínico con más de 30 años de experiencia. Los libros y artículos que ha publicado al respecto, podrían dar fe de ello, pero eso, ahora, no importa… como tampoco importa que sea licenciado en psicología por la Universidad de Buenos Aires, magíster en psicoanálisis, psicoanalista y supervisor clínico o miembro de la Asociación Internacional Psicoanalística y presidente de la Fundación Travesía, dedicada al psicoanálisis para la transición y crisis de la mediana edad.

Lo que importa es que este hombre, con mirada de lechuza en noche de luna llena, en su mediana edad haya descubierto la posibilidad de liberar sus emociones y la síntesis de una filosofía de vida, a través de la creación literaria.

Lo que importa es que hace apenas cuatro años el hombre-lechuzabajolalunallena decidió escribir una historia que aún no concluye y que, poco a poco, ha ido dosificando en textos (uno novelado y el resto dramáticos a punto de realizarse en escena); parte de esas dosificaciones son sus obras: La profesora de piano, Toda una vida, Blenorragia y Las mensajeras, cuyos títulos remiten a los personajes de la novela Zurcido invisible, por ejemplo: Vera, la profesora de piano que, asmática e hija única, durante su infancia se refugia en diálogos internos que tiene con su amiga imaginaria Dimpa; el turco Ahmed, “un petiso con tiradores que le levantan el pantalón hasta la mitad de la panza, dejando ver las medias verdes que tiene puestas” y que cuando Víctor, uno de los personajes principales de la novela, se le acerca para consultarle la ubicación de una calle cuyo nombre ha olvidado, asegura con insolencia que puede ayudarlo con la cura de la blenorragia, que seguro padece, como ya lo sufrió en carne propia el mismo Ahmed; y las mensajeras, trío de beatas maduras, afanadas en querer enterarse de los actos “inmorales” de los demás para divulgarlos luego, a fin de enderezar la vida de los torcidos; por ello, doña Mora, doña Mara y doña Mori son aves de malagüero con quienes nadie quiere toparse.

También importa que el hombremiradadelechuza, sin haber ejercido antes de los 56 años el oficio de escritor, pero sí la de lector, se haya tomado 48 meses de redacción y pulimiento de su primera novela, hasta sentirse satisfecho de ella y someterla a un concurso: el de la cuarta edición del Certamen Internacional de Literatura “Sor Juana Inés de la Cruz”, convocado por el Gobierno del Estado de México, a través de la Secretaría de Educación y del Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal.

Importa que Zurcido invisible haya sido uno de los 458 trabajos que recibió dicho Consejo, procedentes de Argentina, Bélgica, Bolivia, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, España, Estados Unidos, Francia, Guatemala, Honduras, Israel, Italia, México, Perú, Sudáfrica, Uruguay y Venezuela; importa que de esos 458 trabajos, 73 correspondieron al género de novela…; importa que de ésos, el jurado, integrado por reconocidos escritores (Bertha Balestra, Emiliano Pérez Cruz, Mauricio Carrera y Hernán Lara Zavala) hubiese debatido durante largas horas de sesión sobre la elección de dos novelas (en sus debates argumentaban sobre el estilo, la técnica, los temas abordados, el interés que podían generar…); importa que, por unanimidad, este jurado hubiese elegido a una de las novelas para asignarle el premio único y a ésta, Zurcido invisible, para mención honorífica, afirmando en su dictamen que la obra signada por el seudónimo Unknotter era digna de recomendación para publicarse, pues “aborda una trama armada con precisión, personajes y situaciones bien construidos y juegos de lenguaje que crean una atmósfera mágico-trágica y una tensión narrativa. Ofrece varias lecturas sobre la cotidianidad en lugares pequeños y los secretos que encierra una vida aparentemente simple”.

El público de la Embajada Argentina espera, paciente, saber algo sobre la novela del hombre-lechuza, pero la COMENTARISTA aún no aborda nada sobre ello, al contrario, inicia con una larga introducción. Ella, se dirige a los espectadores con estas palabras:

COMENTARISTA: Como autora de poemas conozco el arduo trabajo de abordar un texto, de domar la idea y, más que a ésta, a las palabras, para que sean justas y no desbordadas; como autora, sé lo que es buscar la innovación en el propio estilo, no en el inabarcable mundo de la literatura, sino en el microcosmos de la escritura individual.

Como coordinadora de un espacio cultural tan complejo por el cincho de realidades obsolescentes que constriñe sus posibilidades y carencias, sé lo que es trabajar con autores, algunos divos y exigentes, otros con gran sentido ético y solidario; sé lo que es buscar las formas de edición, distribución y coordinación de actividades.

Como correctora de estilo editorial, sé del pulimiento detenido en el texto, en la página, en la palabra, en el carácter y en el espacio, en el sentido y en la forma de querer decir de cada autor a cuya obra le ofrezco mi observación para cuidarla con esmero, en la medida de mis posibilidades, hasta que sale de imprenta.

En ese sentido, como autora, reconozco y respeto la entrega de Guillermo Julio Montero a este oficio de escritor, la edad en la que comienza a crear literatura no es un obstáculo; ahora, con todo su bagaje, tiene mucho qué decir y, mejor aún, trabaja a detalle la forma en que presenta sus obras; tiene contenido y sabe encontrar la manera y estilo mesurado para expresarlo.

Como coordinadora, reconozco y halago los resultados óptimos (visibles en este momento con la presentación de uno de los más de 180 libros editados hasta ahora, en menos de dos años) del equipo de trabajo del Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal (CEAPE), cuyos integrantes, encabezados por el ingeniero Agustín Gasca Pliego, se han encargado de depurar y definir un concepto editorial estético y comercial de interés para todo tipo de público (especialistas de arte, académicos, historiadores, filósofos, interesados en la literatura para todas las edades), concepto incluyente de autores cuya obra ha forjado y forja la historia de la literatura estatal, nacional e internacional, bajo el sello Fondo Editorial Estado de México (FOEM).

También reconozco la labor, nada sencilla y sí muy profesional, de cada uno de los diseñadores, correctores de estilo editorial, así como del editor responsable, el maestro Félix Suárez (perfeccionista en su estilo), del coordinador del área de diseño, Hugo Ortíz (no sé si muy santo, pero me consta, mártir de los periodos de cierre de edición para la entrega de veintenas de libros a imprenta, siempre buscando la cuadratura del círculo para empatar totales de páginas con pliegos, características técnicas, presupuesto y tiempos de impresión) y, desde luego, la activa labor de la maestra Patricia Serrano, haciendo efectiva y puntual la distribución de libros en bibliotecas, escuelas, con autores e instituciones nacionales y del extranjero. No es gratuito que una institución estatal rebase las fronteras geográficas para llegar a otros países…

Entre el público de la Embajada Argentina, uno de los espectadores sentado con la pierna cruzada comienza a balancearla con impaciencia… otro más tiene la vista fija en el techo, poco se interesa en lo que dice la COMENTARISTA… se percibe entre los asistentes cierta incomodidad por el choro mareador que la COMENTARISTA ha soltado, pues están conscientes de que su información es demasiado oficial y no ha dicho absolutamente nada de la novela Zurcido invisible. La COMENTARISTA, preocupada por la reacción del público, hace una pausa, toma un poco de agua, garraspea, y continúa su monólogo:

COMENTATISTA: Reconozco también que… que… que… ¡me he extendido mucho en este preámbulo, pero es difícil desprender los contextos que se entraman en y alrededor de un libro!

Disuelve a:

2. INTERIOR-FOCALIZACIÓN EN CEJA, PESTAÑAS Y OJO IZQUIERDO DE COMENTARISTA

Voz femenina en off:

¡Eureka, epifanía! Eso es justo lo que quiero decir: ¡los contextos! ¿Qué serie de eventualidades deben sucederse en el cosmos para que los engranes en los que se desarrollan las historias, aparentemente inconexas,  de personas radicas en distintos puntos geográficos coincidan, se engranen y embonen, inevitablemente, en un espacio y en un tiempo de acercamiento, para complementar la pieza ausente de un gran rompecabezas, la pieza que requieren para un fin?

Voz masculina en off:

Ché, ¡pero vos estás pensando lo mismo que yo!: Los amantes del círculo polar, ¿recordás esa peli? Es la posibilidad del acercamiento de dos seres que se aman y el destino los acerca, pero no los junta ¿o tal vez sí?… ¡No, no! Es mejor ejemplo Sofía y el sexo, ¡qué filosofía del amor, de la búsqueda, el perdón y el encuentro consigo mismo y con el otro..! ¡Y la peli ésta: Magnolia!, ¿la viste? Es donde llueven ranas, se orina un niño en un programa de televisión, una chica se droga y un policía se enamora de ella… El amor, la solidaridad, la salvación, viene después… Siempre viene después, es verdad... Ésa salvación se da en Zurcido invisible, ¿viste?, pero de una forma distinta.

Voz femenina en off:

¡Cierto, los contexto!

El contexto extraliterario en el que Guillermo Julio Montero decide escribir la novela, a sus 56 años, quizás después de alguno de esos golpes emocionales que, para bien o para mal, nos da la vida y decidimos por algo.

Decisión que en este caso le representó una tarea de decantación de cuatro años para ver concluida su obra. En un entorno en el que sus teorías de psicoanálisis le permiten desarrollar con naturalidad el carácter de cada personaje, enfrentándolo a la solución de su conflicto: el terror al recuerdo de una tragedia colectiva y personal, y la necesidad de salvar la desmemoria con el recuerdo compartido, gracias a un acto de amor (“el amor, incluso”, como diría el poeta Félix Suárez). El amor que siempre salva, siempre, la palabra que tanto le maravilla a Vera, la maestra de piano, uno de los personajes principales de Zurcido invisible.

La palabra siempre se vuelve el hilo invisible con el que se va zurciendo la trama de esta historia, donde los personajes principales (Vera y Víctor), sin conocerse previamente, forman parte de la misma tragedia dividida en dos espacios: el del accidente colectivo a partir de una carrera de caballos que propicia la muerte de varios habitantes de Estación Esperanza (poblado sudamericano que en su nombre lleva el anhelo de una salvación) y la de la violencia física padecida por la pianista Vera.

La palabra siempre hilvana imperceptiblemente los sucesos de una trama que embona con naturalidad en el cuerpo del discurso, es decir, las palabras y recursos literarios de los que se vale Guillermo Julio para contarnos, a través de un narrador omnipresente ubicado en todas partes donde se encuentran los personajes principales, tanto en los espacios físicos como en los internos, siendo éstos la voz de los pensamientos de Vera (cuando es ella misma y cuando es Dimpa) y de Víctor, así como la voz de la memoria, en la que, por evocación de los acontecimientos pasados, dialogan los personajes secundarios (como los familiares de Vera: la abuela, la madre, el padre y el tío, y sus amigos: Felipe y la madre de Felipe); pero este narrador, típico de la narrativa decimonónica, no le es suficiente a Julio Montero, a la vez de omnipresente, lo vuelve deficiente, pues sus conocimientos sobre las acciones pasadas, las razones por las que éstas suceden y el desenlace los ignora por completo, tensando con sus descripciones la expectativa del lector.

Como el zurcido invisible que hacen las abuelas en los vestidos y suéteres desgarrados para que la “herida” de la ropa desaparezca como en un acto de magia, la palabra siempre ata cada cabo de la historia, confrontando a los personajes con su trauma hasta encaminarlos hacia un desenlace inesperado.

En el contexto literario: esta obra se inserta en el ámbito de la producción narrativa contemporánea, contando para ello con un argumento que se desarrolla en un trasiego de voces, espacios y tiempos.

Mediante la polifonía (con su multitud de voces internas y externas), las acciones de los personajes, los espacios y los tiempos (el presente y el pasado donde se suceden las acciones, así como el presente y el pasado donde confluyen los pensamientos y, a través de éstos, los recuerdos) se realizan a la par.

En el contexto ficticio podemos ver cómo sucede la historia presente, enterándonos de la razón por la cual Víctor, fotógrafo de una empresa encargada de editar publicaciones de corte turístico-religiosas, enfocadas principalmente a exaltar milagros de santos y vírgenes, tiene que volver después de tantos años a Estación Esperanza, donde en su niñez tomó una serie de fotografías que a la fecha no ha revelado. En ese desarrollo de la trama, Víctor y Vera se conocen y se reconocen, y justo este engarzamiento de vidas hace posible el proceso de salvación-sanación no sólo de estos personajes, sino también o, tal vez, del pueblo mismo, cuya vida cotidiana gira en torno del olvido de una tragedia, la tragedia, siempre la tragedia, de la que todo mundo parece saber algo, pero no quiere hablar de ello… Ésta, la tragedia, es la invisible protagonista del relato.

Voz masculina en off:

¡Ché!, ¿cómo decís esas cosas de los contextos? Mirá tú, los contextos podés guardártelos en la concha de… ¡ché, lo que yo quiero es que hagamos un filme de la novela!, así como lo platicamos en la noche, vino de por medio, como Cinema paradiso, ¿viste?, o como esta trilogía de los colores Azul, rojo y blanco… ¡Ché!, no me hablés de estructuras literarias, dame diálogo, escenas, ¿por  dónde empezamos a filmar?

El ojo de la comentarista parpadea, mira a los espectadores, se hace un paneo sobre éstos, cada vez más impacientes.

3. INTERIOR-SALÓN DE ACTOS DE LA EMBAJADA ARGENTINA EN LA CIUDAD DE MÉXICO-NOCHE

La COMENTARISTA está apunto de soltar las riendas de sus palabras para que éstas se desboquen igual que caballos en una carrera a campo abierto, para compartirle al público todos los aciertos de la novela de Zurcido invisible, pero decide comenzar por leer la cuarta de forros del libro:

COMENTATISTA:¿Cómo transformar una vida remendada en una vida zurcida? ¿Sirve el silencio para disimular los desgarramientos? ¿Qué camino conduce a que dos personas se encuentren? ¿A quiénes les importa la palabra ‘siempre’? Éstos son algunos planteamientos que Zurcido invisible intenta resolver.

Sin saberlo —aunque determinados por una fuerza invisible que los posee—, Vera y Víctor descubren que los convoca el trabajo de la vida, algo que ninguno se atreve a preguntarle al otro. Desafían el silencio con el cuerpo y los destinos imantados, a pesar de la lluvia, del trueno y del relámpago. Parte del pueblo será testigo, pero a nadie parece importarle porque el anonimato les vació la vida hace mucho tiempo y el recuerdo diluyó cualquier ilusión y esperanza. A pesar de todo, casi sin que lo noten, Vera y Víctor —y quizás también todo el pueblo— recuperan el futuro. Tal como sucede con el zurcido invisible”.

La COMENTARISTA,  apunto de develar el prolegómeno trascendental de la obra, siente que su cabeza se obnubila, escucha las voces que dialogan en su interior, oye cómo la voz de don Peregrino, cuidador de los santos de la Capilla del Silencio de la novela Zurcido invisible, le habla, refiriéndose a sí mismo, como acostumbra, en tercera persona:

Voz en off de don Peregrino:

Don Peregrino no cree que usted pueda hacer la presentación de la novela, ¿sabe? Él piensa que usted es una persona muy distraída que brinca de un tema a otro sin previo aviso. La gente no entenderá lo que usted quiere decir. Con sus palabras quizás ni si quiera deseen leer el libro. ¡Dese cuenta, nadie sabrá que don Peregrino existe en esta novela y fue él quien permitió el milagro… con ayuda de los santitos, eso sí… por que don Peregrino no es nadie para hacer milagros… pero los santitos sí, por eso hay que tenerles respeto, ya ve esa Dimpa que vivía en la cabeza de la profesora de piano cuántos milagros no le hizo… por que ¿sabe? A don Peregrino le han contado las mensajeras Mora, Mara y Mori que algo trágico le pasó a Vera…

Voz femenina en off:

¡Cállate, estúpido don Peregrino, logro de imitación de Salvatore de Monferrate, personaje tan inolvidable como tú de El nombre de la rosa, novela de Umberto Eco que se publicó en 1980.

Voz en off de don Peregrino:

¡Dale, ché!, que en 1980 no se publicó El nombre de la rosa; don Peregrino sabe bien que el jueves 14 de febrero de 1980, Víctor encendió el motor del auto porque tenía que volver a Estación Esperanza, y así comienza la novela...

La COMENTARISTA, deja de dialogar con las voces de su interior y decide retomar el hilo de sus ideas que estaba dirigiendo al público de la Embajada de Argentina.

Entonces, el MODERADOR, discreto, le acerca una tarjeita que desliza sobre la mesa; en ésta le indica que se ha excedido, que ya debe cortar. La COMENTARISTA garraspea… y le dice al público:

COMENTATISTA: Por ahora éstos son los únicos comentarios que puedo hacerles de una obra que me ha gustado mucho leer, incluso desde el momento en que la recibí para hacerle la corrección de estilo editorial, y poco he corregido en ella, pues el texto original venía así como ustedes lo ven ahora, y se lee muy fácil, por cierto…

Casi no se alcanzan a escuchar las últimas palabras de la COMENTARISTA, el MODERADOR toma la palabra.

MODERADOR: Ahora, los invito a que vemos el tráiler de un filme que quiere compartirnos Guillermo Julio Montero.

Corte a:

4. INTERIOR-PANTALLA-NOCHE

La pantalla es iluminada por un proyector. En ella puede leerse lo siguiente:

Zurcido invisible,
de Guillermo Julio Montero.

Disolvencia lenta a la palabra FIN… y comienzan a pasar lo créditos…

Reseñas de libros:

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