lunes, 15 de enero de 2018

Crónicas desde mi luna 3


Que cuando se echa a perder la leche de cabra, genera cianuro y te manda al hospital porque casi te mata si la tomas, eso dijo la mujer al hombre que la acompañaba en el puesto de tacos callejero mientras los comensales degustábamos trozos de queso tipo cotija que la misma pareja insistía en que era de cabra y que, si no se cuida, puede tener una bacteria que te manda al hospital...

Ella se pidió dos de tripa y dos rancheros; él, dos de costilla, dos de bistec y dos de tripa... Me dieron ganas de comentar sobre las bacterias dañinas en la carne de los puestos callejeros... pero estaba más intrigada por saber si cada uno podría acabarse, a esas horas de la noche, tanto taco pedido (uno solo ya era una cena completa, porque sería muy callejero el puesto, pero estaban generosamente servidos los tacos), si para entonces ya habían comido bastante queso...

(Si no el queso, seguro la indigestión los mandará al hospital.)

jueves, 4 de enero de 2018

Textos desde el Tíbet 8


Cuando un escalofrío sacude al cuerpo desde la médula hasta erizar la piel --como fiebre previa a la gripa de invierno--, hay que revisar de forma escrupulosa los alrededores: por abajo de la cama y de la mesa, en el rincón de los libros, en lo oscuro del clóset, tras del cancel en el cuarto del baño, en el reflejo de las ventanas, a cada lado de los hombros, a la espalda y en la mente...

Ese escalofrío no antecede a una enfermedad, es un temblor del alma que sobrevienen ante el impacto de dos fuerza que se encuentran, y se atraen; es un choque eléctrico en los huesos de dos personas, a causa del toque de sus pensamientos, cuando una está recordando a la otra y la otra a la una; cuando estos dos ausentes solitarios se piensan al mismo tiempo y dejan, por un instante, de estar completamente solos.


Crónicas desde mi luna 2


Ayer en mi cumpleaños no quise ser aguafiestas, sólo lo fui tantito..., y hoy en mi cruda, no quise ser aguacrudas, pero tuve la crudeza de serlo.

Ayer, al parecer, el hijo adolescente de mi vecina, aprovechando la ausencia de su madre, se festejó o festejó el cumpleaños (o no cumpleaños) suyo o de alguno de sus amigos.

Poco después de que llegué a casa, ya tenían su alboroto. Intenté salir a pedirles que bajaran el volumen, pero al escuchar esa melodía que casi se parece a La Guadalupana que entonan los peregrinos en su dolorosa marcha rumbo a la Villa, me refiero a Las mañanitas (que, por cierto, nunca me ha gustado y no sé por qué), me contuve...

Yo inauguré mis festejos desde las 6 am, y salí de casa con rumbo a mis encuentros del día; a las 11:59 pm clausuré, poco después de regresar al nido, con gusto de irme a la cama... pero el punchis punchis que hacía vibrar las paredes y ventanas del edificio me impedía descansar.

No quise aguarle la fiesta al imberbe cumpleañero, cada quien festeja como puede y le da la gana hacerlo. Él necesitaba que el mundo a su alrededor se enterara de su día. Yo sólo salí a enterarme del mundo de alrededor para captarme en él y favorecer lo nuevo que viene...

Le aguanté su música de imperceptibles melodía y letra, monótonamente rítmica (y martirizante para mí por el problema de discernimiento auditivo que tengo cuando los decibeles rebasan ciertos límites) hasta las tres y media de la mañana.

A las 3.31 le llamé por teléfono, le pedí que bajara el volumen de la música, al menos para evitar que las paredes y ventanas del edificio vibraran.

Se disculpó. Le bajó casi hasta apagarla. Peguntó por WhatsApp (no sé si por atención o como parte de un desplante del adolescente hacia el adulto) si así estaba bien. "Sí", fue mi respuesta.

No hubo más... sólo el insomnio que ya se había adueñado de todo el continente de mi cama: el libro que brincó al suelo, la pluma que se suicidó saltado al vacío después de perder la compañía del libro, las hojas de textos que se volvieron acordeón y después baraja dispersa en el piso, los lentes (irrompibles, aún, afortunadamente), las cobijas acaloradas, y yo, como barril suelto en nave a la deriva...

Parte de la palomilla de adolescentes salió y emprendió la huída en los autos de papi. El resto, después de las 6 am, cuando el sol comenzó a alumbrar las calles de la ciudad abandonó el edificio. Entonces pude dormir dos horas corridas.

Me sentí una aguafiestas, pero les permití festejar casi hasta las cuatro de la mañana.

Después de la jornada de este día, vuelvo a casa, intento recuperar el sueño perdido y, de nuevo, el punchis punchis del imberbe de al lado hizo vibrar las ventanas, las paredes, la pecera (casi a punto de un maremoto) y mi paciencia...
No le hablé por teléfono, fui a tocar a su puerta.

Abrió un espantapájaros, o no sé si era el chico manos de tijeras de Tim Burton, con la cabellera revuelta, los ojos perdidos en unas profundas ojeras y una botella de cerveza oscura en la mano.

Me dijo, como autómata, antes de escucharme: "Sí, sí..., ya le bajo...". Cerró su puerta. Apagó el volumen. Regresé a mi hogar. Volvió el silencio. Los peces quietos.

Me sentí una aguacrudas, pero creo que los dos, el espantapájaros y yo, hoy vamos a dormir profundamente después de lo bailado, cada quien a su ritmo, en nuestros respectivos 29 de diciembre.

Crónicas de mi luna 1


Hay madrugadas que concluyen (siempre concluyen, no inician, aunque sean el comienzo del día) de manera un tanto extraña: intimando en la soledad, con el vaso de whisky a la mano o con lápiz y cuaderno --de papel o electrónicos-- desatando por escrito nudos que se anudan como lianas donde sea; o con la emoción extraviada y el cuerpo desnudo; o nostalgiando lo que de golpe, en horas, se vuelve recuerdo y, a la vez, pregunta (¿por qué?); o compartiendo entumidos la friolera del invierno en casa del amigo para emprender el retorno a la rutina tan pronto alumbre el día o tan pronto caliente el segundo sol. O abogando derechos en una incierta oficina de tránsito y vialidad, con la grúa jalando el auto y el viejo oficial con su viejo disfraz de laborista de tránsito, que transita sólo por la burocracia y saca su tajada de la corrupción (discusión inútil, pues al final al auto se lo lleva la grúa y a uno el vacío, luego de recibir la amenaza de ser mandado al encierro si no acata uno el protocolo desprotocolizado por quienes detienen so pretexto de un inexistente alcoholímetro); o pensando que la mano que tocó la nuestra en ese día compaginó el mundo entre ambas manos, aunque sólo haya sido una mariposa de piel que, creyendo pétalos los dedos de la mano ajena, aterrizó en la flor donde libó la esencia... Hay madrugadas que concluyen de manera un tanto extraña y no por raras, sino por dejarnos tatuada la vida.

miércoles, 3 de enero de 2018

Perfectos desconocidos


En una noche, durante el eclipse de luna llena, siete viejos amigos con sus respectivas parejas se reúnen a cenar; entonces, bajo la luna roja y sobre avenidas conflictuadas por el alboroto de transeúntes, fluye el drama de la comedia negra PERFECTOS DESCONOCIDOS, en la que se muestran, entretejidos con el apocalíptico escenario de la luna, los secretos personales que evidencian, por una parte, lo poco que realmente se conocen estos amigos y sus parejas, y, por otra, la miseria social que vivimos actualmente en nuestra comunicación cotidiana con las personas más cercanas, oculta en las plataformas de intercambio de información y registro de los smartphones; miseria que cuestiona las disyuntivas de amar o conformarse, perdonar o simular no saber nada y voltear la mirada hacia otro lado, viéndole el lado positivo al peor de los momentos y tener asegurado un estado de ¿felicidad? perverso...

Excelentes personajes y libreto; muy buenas actuaciones. En esta película española, estrenada en diciembre de 2017, la cámara le cede al espectador un lugar entre los comensales, donde da pena estar porque en medio del drama uno no para de reír y cuestionar su propio mundo, incluso aunque se viva bajo otro tipo de eclipses.


Reseñas de libros:

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