martes, 5 de agosto de 2008

Textos desde el Tíbet 1

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Granada madura de estrellas, la noche se derrama, limpia de nubes, privada de luna.
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En Ciudad Denopasanada la mujer de cara redonda sale de su casa, lleva de paseo a los ojos. Sus pasos fluyen como primera lluvia después de la sequía.
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En una avenida deja que sus ojos, amables, reconozcan -fuera del negocio- al tendero y lo saluden. Disimula, en seguida, el rubor al escuchar la réplica: un "¡hola!" prolongado en su última vocal y un "¿por qué tan sola?, ¿a dónde vas?"
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Con cara redonda y labios fruncidos, la mujer, fluyendo en pasos, recrimina a los ojos.
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Avanzados noche y camino, los ojos no vuelven a saludar, pero escuchan el beso que truena un hombre que los mira pasar de cerca.
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Los ojos tímidos, silentes, se agachan, esperando el regaño de quien los pasea, con la cara más larga que redonda.
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Adelante, un taxista desacelera su prisa y avanza tranquilo al paso en que la mujer fluye. Asomando la cabeza por la ventanilla grita: "¿te llevo?...", "¡súbete!...", "No te cobro...".
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Los ojos se preguntan a dónde llevará el ofrecimiento: ¿al destino del taxista o al de la mujer?, ambos inciertos...
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Sin responder, con su cara redonda, cruza la banqueta, se aleja del auto, y retorna su camino a casa.
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En una esquina atraviesa el camino de los ojos una espalda felina, curveándose al andar, con hombros amplios, cadera estrecha y glúteos firmes, los ojos podían abarcarlos en un círculo completo.
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Fluyendo igual que lluvia sin granizo, la mujer siguió su ruta y permitió a los ojos maullar en celo detrás de la espalda que, poco a poco, alejándose aprisa y en silencio, se volvió una sombra extraviada en la noche, una sombra que fue redonda y oscura como la luna nueva.
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La Maga, desde el Tíbet.
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