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domingo, 20 de abril de 2014

Textos desde el Tíbet 6

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A veces una se cansa de ser musa; entonces decide quitarse el tul y los laureles (colocados por alguien que decidió que era bueno llevarlos encima) y, sin más nada que el cuerpo desnudo, una se vuelve mujer para entregarse así y amar, con toda la vulnerabilidad a flor de piel, sólo por el deseo de abrazar y besar de verdad, a pesar del destino cronológico de los mortales, y sin esconderse, a pesar de lo que siempre esconden los mortales…
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Pero como yo siempre he llegado tarde… demasiado tarde… porque nací en diciembre (último mes del año) y para colmo en día 29 (cuando las navidades, con sus posadas y recalentados, han dejado sin aliento a los que aman  —desgastados en distribuir su tiempo, sus ganas, sus deseos en regalos y abrazos—; cuando están buscando en los ahorros con qué pagar la cena de fin de año, el recalentado del día primero; preocupados por la rosca de reyes, los regalos para los hijos, el regreso a las labores y rutinas —otras, distintas de diciembre—…).
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Nací cuando nadie tiene tiempo para detenerse, desnudarse y descubrirse siendo alguien en un abrazo y besos compartidos…, así que sólo me toca esperar…
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Y cuando una es mujer, esperar desnuda es terrible… 
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Soy alérgica al invierno de diciembre, el que congela en pleno día 29 las narices y las manos y los pies y las orejas, fecha en que nadie quiere salir de sus casas, de sus cobijas, de sus hogares de fuego apagado…
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Y espero… cada día del último mes del año…; cada día de los primeros meses del nuevo…
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Llega la primavera, con sus soles breves, sus flores, mariposas, cantos de mil voces y lluvias permanentes con granizos enfadados… y el asma que tanto me vulnera; entonces el amante que espero saluda y avisa que vendrá mañana, pero mañana se le olvida, y tres días después se disculpa por el clima que le impidió llegar… Y espero…
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Meses después anuncia el amante que todavía no está listo porque su familia, su esposa, sus hijos… qué va a hacer… tiene tanto miedo de que la mujer le exija el divorcio de nuevo, como hace diez años, y que otra vez le impida ver a sus críos… y ya no está para eso…
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En su zona de confort, con nuevas canas, el amante se enfría en su rutina y yo me congelo y me alergio de ser mujer, me envuelvo en el tul y preparo un consomé de gallina con zanahoria, papa y dos hojas de laurel 
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domingo, 30 de enero de 2011

Textos desde el Tíbet 5

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Cada fin de semana, por la noche, te reúnes con nosotras; primero conmigo, después, sin alejarte de mí, con ella. Cuando ella aparece te pones eufórico. Ambas te hacemos compañía y nos entretienes, en apariencia al mismo tiempo; en realidad, sólo te desvives por ella.
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En esta rutina de efímero convivio nos reinventas cada vez que la nostalgia se te hace un nudo en la existencia y tus ojos comienzan a llenarse del rojo avinagrado que aviva tus rencores con la vida.
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No sé si cada encuentro es un juego, ya aburrido, con el que justificas tu devenir, día a día más borroso, o si es sólo el modo de hacer menos dolorosa tu inserción en el amanecer donde te pierdo cada vez que te despides. De lo que estoy segura es que ella, a quien nombras de manera diferente cada vez que nos reunimos, es remedo de mujer perfecta e inalcanzable, incluso por ti, pero deseosamente besable en resquicios de su cuerpo.
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Siempre te provoca para que acerques tus labios sedientos a su cuello y con tu lengua humedezcas su piel enmarcada por el filo del escote. Así lo piensas, pero no haces nada; te detienes sudoroso ante su imagen. 
En lugar de besarla, acurrucas tus labios en el umbral de mi boca y yo, sin pudor, delante de la inaccesible, humecto tu lengua acariciándola con la mía; vuelvo placentero tu sufrimiento heroico de amante incomprendido.
 Te agasajo mientras me mantienes luminosa y me renuevas con tus besos en cada embestida con que ella resalta su cualidad inaprensible, esquiva, ante tu tierna sumisión, hasta que llega el momento en que casi no puedes tenerte en pie ante ninguna de las dos y te despides; primero de ella.
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Después de darme un último beso de ginebra, me sueltas tu tradicional: “Hasta el próximo fin, mi anforita de blues, préstamo de azul con ilusión de no amar jamás”.
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Desprendida de tu imaginación, de nuevo soy vaso, a veces quebrado por el golpe recibido contra el suelo o sobre una mesa de cualquier bar, casi invisible por la embriaguez de la coherencia; soy la orilla de un vaso que corta, soy sangre
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Conforme tus pasos te encaminan hacia el horizonte que poco a poco te succiona, una madrugada alcohólica y de brisas torpes se amolda en el vacío que dejas: aurora del nuevo inicio de semana.

La Maga, desde el Tíbet.

sábado, 6 de septiembre de 2008

Textos desde el Tíbet 2

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Me vendría bien una dosis de cinismo para no hacer caso de los alineados, de los que no mueven un dedo para cambiar lo absurdo, pero mueven muchos (como el lenguaraz sus lenguas) para jactarse de que están, privilegiados, donde se hallan por dar más de su tiempo no solicitado, tiempo que ofrecen a costa del de otros que no tienen necesidad de pavonearse, pero sí de cubrir carencias a costa de sus sueldos.
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Requiero cápsulas de cinismo para sobrevivir a tanta burocracia almacenada en tarjetas, oficios, carpetas y archivos muertos, fenecidos antes de haber sido paridos; documentos-eslabón de una cadena de escritorios empapelados bajo la burocracia obesa, comedora compulsiva de papeles que cada día se hincha más en la oficina.
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Me vendría bien la dosis, pero antes me bastaría la simpleza de este plan: conocerte, porque sé de ti, aunque no me mires y me huyes cuando me oyes. Puedo otear a distancia tu inteligencia camaleónica: vasta para abarcarme sin confundirte con mi modo de ser y sencilla (no simple) para no abrumarme, para no dejarme helada en la frialdad de la arrogancia.
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Te distingo a la distancia, cada vez más corta, y te presiento satisfecho conmigo, de mí, y contigo, de ti. No te sabes menos que yo, y tampoco más; nos somos iguales y nos complementamos el uno con el otro por nuestras diferencias.
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Antes de la dosis, habré de llevar a cabo el plan: he de conocerte, y dejarás, paciente, que averigüe que no eres ni el más grande ni el primero en todo, sino sólo el primero en amarme, en hacerme sentir amada-querida-deseda y que no eres el primero sino el único en sentirse de mí correspondido.
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Te ficticio a través (a pesar) de la bruma de burocracia que asmatiza mi libertad. Te invento a veces, te reinvento otras, como proceso de fotosíntesis, cuando en Ciudad Denopasanada el sol se cuela anárquico por la ventana en mi oficina… y sé que me piensas.
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La Maga, desde el Tíbet.
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martes, 5 de agosto de 2008

Textos desde el Tíbet 1

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Granada madura de estrellas, la noche se derrama, limpia de nubes, privada de luna.
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En Ciudad Denopasanada la mujer de cara redonda sale de su casa, lleva de paseo a los ojos. Sus pasos fluyen como primera lluvia después de la sequía.
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En una avenida deja que sus ojos, amables, reconozcan -fuera del negocio- al tendero y lo saluden. Disimula, en seguida, el rubor al escuchar la réplica: un "¡hola!" prolongado en su última vocal y un "¿por qué tan sola?, ¿a dónde vas?"
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Con cara redonda y labios fruncidos, la mujer, fluyendo en pasos, recrimina a los ojos.
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Avanzados noche y camino, los ojos no vuelven a saludar, pero escuchan el beso que truena un hombre que los mira pasar de cerca.
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Los ojos tímidos, silentes, se agachan, esperando el regaño de quien los pasea, con la cara más larga que redonda.
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Adelante, un taxista desacelera su prisa y avanza tranquilo al paso en que la mujer fluye. Asomando la cabeza por la ventanilla grita: "¿te llevo?...", "¡súbete!...", "No te cobro...".
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Los ojos se preguntan a dónde llevará el ofrecimiento: ¿al destino del taxista o al de la mujer?, ambos inciertos...
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Sin responder, con su cara redonda, cruza la banqueta, se aleja del auto, y retorna su camino a casa.
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En una esquina atraviesa el camino de los ojos una espalda felina, curveándose al andar, con hombros amplios, cadera estrecha y glúteos firmes, los ojos podían abarcarlos en un círculo completo.
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Fluyendo igual que lluvia sin granizo, la mujer siguió su ruta y permitió a los ojos maullar en celo detrás de la espalda que, poco a poco, alejándose aprisa y en silencio, se volvió una sombra extraviada en la noche, una sombra que fue redonda y oscura como la luna nueva.
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La Maga, desde el Tíbet.
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Reseñas de libros:

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