viernes, 5 de septiembre de 2008

Sobre la enfermedad incurable de escribir

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Al leer diversos blogs de amigos, conocidos y desconocidos, al verme en la necesidad de escribir en éste y en otros espacios (tangibles y virtuales) y al recordar escenas en librerías, con frecuencia me viene a la mente la definición y descripción que hace el doctor mexicano Ruy Pérez Tamayo sobre la enfermedad incurable de escribir. A continuación transcribo el texto en el que Pérez Tamayo da a conocer este mal:
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Insanabile scribendis cacoethes

Ruy Pérez Tamayo
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El título de estas líneas identifica (en latín) una enfermedad poco común, que afecta a individuos de ambos sexos y de cualquier edad (pero rara antes de los 8-10 años), y aunque progresiva e incurable, también es benigna y las personas enfermas pueden alcanzar edades tan avanzadas como el resto de la población. Hasta donde he podido averiguar, la enfermedad no es contagiosa y no se ha descartado un posible componente genético o de predisposición; aunque su causa es totalmente desconocida, los autores están de acuerdo en que un elemento curioso es la regla en los pacientes: leen mucho.
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Insanabile scribendis cacoethes (ISC) significa “enfermedad incurable de escribir”. El padecimiento es tan antiguo como el hombre (único animal que sabe escribir) y entre quienes lo han sufrido se cuentan a Herodoto, Plinio, Tucídides, Platón, Aristóteles, los Evangelistas, Plotino, Galeno, San Agustín, Santo Tomás, Erasmo, Dante, Shakespeare, Cervantes, Netzahualcóyotl, Melville, Kafka, Mann, Hemingway, Yourcernar, Reyes, García Márquez, y muchos otros, pero que frente a los miles de millones de seres humanos no afectados por esta enfermedad que han vivido en la Tierra desde que H. sapiens surgió, hace unos 50 000 años, realmente son muy pocos, representan una fracción infinitesimal y cuantitativamente despreciable de la humanidad. Pero cualitativamente son indispensables para identificar y definir al hombre porque son los representantes de su conciencia, los portadores de su voz y los testigos de su historia y de sus sueños.
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Desde luego, hay muchas maneras de escribir y muchísimos temas posibles. Para el enfermo de ISC esto abre un mundo casi infinito de posibilidades: cartas, cuentos, novelas, ensayos, teatro, poesía, periodismo y otras formas genéricas más están al alcance de todos, mientras los textos más técnicos corresponden a los especialistas y los libros de filosofía… a los filósofos. Además, no solamente todo lo que existe en el Universo puede ser tema de un escrito, sino también todo lo que puede generar la imaginación humana. Para el enfermo de ISC el problema no es encontrar un tema y decidir si lo tratará como cuento humorístico o poema alejandrino; el problema es no escribir. Un amigo que sufre de ISC crónica grave me dijo: “Antes siempre estaba escribiendo un libro, pero debo haber empeorado porque ahora, ¡estoy escribiendo dos al mismo tiempo!”
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Un paciente con ISC es relativamente fácil de reconocer: si va por la calle lo más probable es que traiga varios libros bajo del brazo y que camine distraído, mirando todo pero no viendo nada, desaliñado y ligeramente despeinado (si no es que viste como “hippie”, con morral y huaraches), con una expresión entre beatífica y ausente. En cambio, si se encuentra en una librería (su habitat más común) su aspecto cambia radicalmente y puede adoptar dos formas, conocidas como A y B: en la forma A se transforma en un enajenado que va de un estante de libros a otro de manera intempestiva, intenta examinar varios volúmenes al mismo tiempo, gesticula grotescamente y se ríe con sí mismo, atropella a otros clientes sin disculparse (sin darse cuenta siquiera) y sale y entra varias veces a la librería, como si fuera difícil alejarse de ella (que es exactamente lo que pasa). En la forma B, también conocida como catatónica por los franceses (catathonique) el enfermo de ISC llega violentamente a la librería, toma un libro, lo abre y permanece absolutamente inmóvil y estático por periodos de 9 2 horas promedio. La forma B puede terminar de dos maneras: o el sujeto con ISC es violentamente arrojado de la librería por los empleados cuando llega la hora de cerrar, o bien cesa el ataque y el paciente (sin comprar el libro) abandona normalmente el local. Álvaro Gómez Leal, un conocido estudioso regiomontano de la ISC, ha señalado que entre las mujeres afectadas existe una pronunciada tendencia a tener gatos (de los que hacen “miau”) en su casa.
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Naturalmente, la ISC se manifiesta sobre todo por la escritura continua y compulsiva, que no toma en cuenta ni las dotes de escritor del paciente ni la crítica y la tolerancia de los posibles lectores. Otro amigo que también sufre de ISC crónica confiesa que escribe entre 7 y 16 cartas diarias, dirigidas a sus amigos y a un ejército de otros amigos imaginarios, cuyos nombres y direcciones copió o inventó y guarda en un tarjetero cuidadosamente ordenado alfabéticamente; cuando le pregunté si, dados los costos actuales de los portes de correos, estaba enviando tan profusa correspondencia, me contestó con una dulce sonrisa: “¿Enviar mis cartas? No, no… no las escribo para eso. Las escribo para escribirlas. Además, las mejores siempre resultan estar dirigidas a Sócrates (creo que su dirección está equivocada), a un Coronel a quien nadie le escribe y que vive en Macondo, y a Gabriel Zaid, que de todos modos nunca contesta.”
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La ISC es mucho más frecuente de lo que señalan los textos clásicos de medicina, que tienden a aceptar una tasa de morbilidad relativamente baja, no porque no reconozcan su carácter definitivamente patológico sino porque se basan en publicaciones oficiales de padecimientos cuya ocurrencia debe reportarse en forma obligatoria, como el sarampión o la difteria. Por razones desconocidas, la ISC no está clasificada entre las enfermedades reportables. Es posible que esto se deba a que algunos enfermos de ISC han tenido mucho éxito entre el populacho con sus obras y las autoridades no desean instituir reglas impopulares. Por ejemplo, uno de ellos escribió un libro que empezaba diciendo: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…”, y otro enfermo de ISC empezó el último de sus libros con la frase: “Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados…”
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Ruy Pérez Tamayo. Acerca de Minerva. 1ª reimp. de la 1ª ed., FCE, Colección La Ciencia desde México, No. 40, México, 1989, pp. 128-131.
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