domingo, 30 de enero de 2011

Textos desde el Tíbet 5

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Cada fin de semana, por la noche, te reúnes con nosotras; primero conmigo, después, sin alejarte de mí, con ella. Cuando ella aparece te pones eufórico. Ambas te hacemos compañía y nos entretienes, en apariencia al mismo tiempo; en realidad, sólo te desvives por ella.
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En esta rutina de efímero convivio nos reinventas cada vez que la nostalgia se te hace un nudo en la existencia y tus ojos comienzan a llenarse del rojo avinagrado que aviva tus rencores con la vida.
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No sé si cada encuentro es un juego, ya aburrido, con el que justificas tu devenir, día a día más borroso, o si es sólo el modo de hacer menos dolorosa tu inserción en el amanecer donde te pierdo cada vez que te despides. De lo que estoy segura es que ella, a quien nombras de manera diferente cada vez que nos reunimos, es remedo de mujer perfecta e inalcanzable, incluso por ti, pero deseosamente besable en resquicios de su cuerpo.
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Siempre te provoca para que acerques tus labios sedientos a su cuello y con tu lengua humedezcas su piel enmarcada por el filo del escote. Así lo piensas, pero no haces nada; te detienes sudoroso ante su imagen. 
En lugar de besarla, acurrucas tus labios en el umbral de mi boca y yo, sin pudor, delante de la inaccesible, humecto tu lengua acariciándola con la mía; vuelvo placentero tu sufrimiento heroico de amante incomprendido.
 Te agasajo mientras me mantienes luminosa y me renuevas con tus besos en cada embestida con que ella resalta su cualidad inaprensible, esquiva, ante tu tierna sumisión, hasta que llega el momento en que casi no puedes tenerte en pie ante ninguna de las dos y te despides; primero de ella.
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Después de darme un último beso de ginebra, me sueltas tu tradicional: “Hasta el próximo fin, mi anforita de blues, préstamo de azul con ilusión de no amar jamás”.
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Desprendida de tu imaginación, de nuevo soy vaso, a veces quebrado por el golpe recibido contra el suelo o sobre una mesa de cualquier bar, casi invisible por la embriaguez de la coherencia; soy la orilla de un vaso que corta, soy sangre
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Conforme tus pasos te encaminan hacia el horizonte que poco a poco te succiona, una madrugada alcohólica y de brisas torpes se amolda en el vacío que dejas: aurora del nuevo inicio de semana.

La Maga, desde el Tíbet.

6 comentarios:

Malinata dijo...

No cabe duda de que la que sabe sabe y lo sabe muy bien, y en este asunto de mover imágenes eres toda una experta amiguita.
Aplaudo de pie y me hago personaje, cristal, otra, ella, incluso él y en esta indecisión de no decir y en esta aceptación de complacer y en esta negación de saber ser sólo placebo, sonrio cómplice ante tu texto.
Como siempre, me requeteque encanta.

Ya no dejes las letras tan abandonadas, que cada que te leo se me olvida la realidad :)
Saluditos niña.

mr.pickwick dijo...

¿a que sabe un beso de ginebra, maga?

yo más que burdo vaso de vidrio te imagino estilizada copa de fino cristal y depositaría en ti chispeantes besitos de champagne...

Maga Blanca dijo...

Natita, muchas gracias por tus palabras y tu complicidad en la literatura y en la vida cotidiana.
Besos.

Maga Blanca dijo...

Mr. Pickwick, bien a bien no sé a que sabe un beso de ginebra (en efecto dio usted con la referencia), pero imagino que es ardoroso y pasional.
Gracias por imaginar y comparar el cómo soy o puedo ser; en realidad soy menos que eso, pero, como diría Ángel González, "soy así porque así me imaginas" (http://www.youtube.com/watch?v=IBCqN6iM6kM&feature=player_embedded).

Maga Blanca dijo...

Y sí, soy de los que hunden barcos y luego vuelan alto ;).

Xocas dijo...

Tiempo sin pasarme por aquí. Lo recupero hoy gustosamente y espero no perder el camino.
Sigues siendo difícil de aprehender pero no me es indispensable entenderlo todo y hasta lo que no entiendo me gusta. ;)

Un abrazo desde el otro lado del Atlántico.

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