martes, 2 de julio de 2024

Facetas creativas del médico, escritor y docente Omar Ménez Espinosa


EL MÉDICO, CATEDRÁTICO Y ESCRITOR


En su biografía inconclusa que tituló La voz de mis fantasmas, Omar Ménez Espinosa, conocido en los gremios médicos, de catedráticos universitarios y normalistas, de escritores literarios y de periodistas (de las décadas de los años setenta, del siglo XX, a las de los veinte del siglo XXI), narra lo siguiente:


[En 1936,] Nací el sábado 29 de febrero, al mediodía, en Zacualpan, pueblo rústico al sur del Estado de México. De tierra agreste y subsuelo con largas y ricas vetas de plata y otros minerales. En una casa de adobe con techo de tejas, que abría su puerta y ventanas de madera vieja a la calle empedrada. Un año y siete meses después del fallecimiento de mi hermana primogénita Flor de María.

Nació ella el 7 de junio de 1924 y murió el 27 de julio a consecuencia de una infección intestinal, aunque fue tratada por el médico del pueblo —tiempo en que aún no existían los antibióticos ni los conocimientos refinados de la pediatría—. Su vida fue de escasos cincuenta y un días (un mes y tres semanas). Pero la herida que dejó en el alma de mis padres duró abierta por el resto de sus vidas, y su memoria amorosa fue transmitida a quienes nacimos después.

Recién nacido, recibí de mis padres, temerosos aún por la dolorosa experiencia que vivieron con la pérdida de su hija, cuidados meticulosos y atenciones delicadas.

A principios del año [de 1937,] salí con mis progenitores del pueblo natal para radicar en la capital del estado [Toluca], arrendándole al abuelo materno una de sus casas situada en la calle de Pensador Mexicano [...].

Una tarde vio mi madre la aparición de «mi hada madrina»: espectro (?) de una anciana que me miraba dulcemente mientras yo dormía y, al sorprenderla mi madre, que en ese momento entraba al dormitorio, el fantasma empezó a desvanecerse hasta desaparecer. Horrorizada, mi madre me tomó en sus brazos y corrió a refugiarse en la casa de dos vecinas y paisanas, apellidadas Fajardo [...], de donde por la noche nos recogió mi padre que regresaba del trabajo de catedrático en la Normal de Profesoras, alarmado por hallar el zaguán de la calle abierto y las habitaciones oscuras y vacías, aún ignorante de la experiencia fantasmal que luego le fue relatada.

 

Camino a Zacualpan, Estado de México (foto tomada por Omar Ménez Espinosa)


Así, aunque hubo nacido en Zacualpan, desde sus primeros meses de vida hasta su fallecimiento, acaecido el 19 de diciembre de 2021, Omar Ménez Espinosa radicó en la ciudad de Toluca.

Fue el segundo de los seis hijos que tuvo el matrimonio conformado por la maestra Evangelina Espinosa Heras y el Maestro Guillermo Ménez Servín, quien, como escritor, usaba el seudónimo de El Monje Azul o invertía sus apellidos: Servín Ménez (como se mira en la calle que en la ciudad de Toluca lleva su nombre).

Quizás esa hada madrina que se le apareció cuando aún no cumplía un año de vida fue quien le otorgó tres dones: el de la generosidad, el de la sabiduría expresada con la maestría de la palabra y el de la incansable laboriosidad y creatividad literaria...

Omar Ménez fue un hombre inquieto: en 1953, egresó del bachillerato en Ciencias del Instituto Científico y Literario Autónomo del Estado de México (ICLA), hoy Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM en sus orígenes, y Uaeméx desde la era de las redes sociales). Al año siguiente se inscribió en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).


Omar Ménez Espinosa en sus prácticas de sutura y nudos, junto con sus inseparables  compañeros Benjamín y Castañeda en la Facultad de Medicina de la UNAM

Entre 1960 y 1975, laboró en el Hospital de Traumatología y Cirugía de Urgencias «Dr. Rubén Leñero» y el Instituto Antialcohólico, así como en los departamentos de Hematología y Medicina Nuclear del Laboratorio Médico del Chopo y de Electrocardiografía del Laboratorio de Análisis Clínicos BYC.

De 1961 a 1966, fue auxiliar Municipal de Sanidad del Ayuntamiento de Teoloyucan (entre sus anécdotas contaba su experiencia como forense de esta comunidad y sus alrededores); en esta localidad también atendía su consultorio particular como médico cirujano y partero, el cual, para 1972, trasladó a la ciudad de Toluca.


Laboró como médico general, cirujano, auxiliar de sanidad en Teoloyucan, médico escolar en las Normales de Santiago Tianguistenco, Capulhuac y Tejupilco


De 1976 a 1983, fue catedrático de Anatomía, Fisiología, Higiene, Morfofisiología y Biología en las preparatorias Núm. 1 «Lic. Adolfo López Mateos», Núm. 2 «Nezahualcóyotl» y Núm. 4 «Ignacio Ramírez Calzada» de la UAEM y del entonces Instituto Cultural «Isidro Fabela», hoy ya transformado en Universidad.

Además de esas materias, de 1977 a 1996, impartió Ciencias de la Salud y Promoción de la Educación para la Salud en las Escuelas Normales, y sus preparatorias anexas, Num. 4 de Capulhuac, Núm. 20 de Santiago Tianguistenco y la Núm. 1 de Toluca. A la par, coordinó el servicio médico de estas escuelas en Capulhuac, Santiago Tianguistenco y Tejupilco.

Fue integrante de la Academia de Médicos Escolares de Educación Superior (desde 1978 hasta la extinción de ésta) y partícipe, en 1987, de la elaboración de programas de bachillerato del Sistema Educativo Estatal.

Asimismo, de 1949 a 1953, fue cofundador del Grupo «Optimistas» del ICLA, del Club de Excursionismo y Espeleología «Caballeros de la Montaña» (cuyos integrantes recorrían senderos por el monte para adentrarse en los ríos subterráneos Chontalcoatlán y San Jerónimo) y, en la década de 1960, en la Escuela Secundaria por Cooperación «Dr. Eduardo Liceaga», de Teoloyucan.


En un paraje del río subterráneo del Chontalcoatlán en las rutas de los «Caballeros de la Montaña»


De igual forma, fue integrante del grupo escultista Caballeros y Guías Aztecas de Hacienda (en la década de 1980); cofundador de la Unión de Escritores Mexiquenses, Asociación Civil (UEMAC, integrada desde 1982), y del Colegio de Lenguas y Literatura Indígena del Estado de México (creado en 1988 e incorporado al Instituto Mexiquense de Cultura), desde el cual coordinó la Academia de Literatura Indígena.

Por su dominio en el idioma español, fue miembro de la Comisión Estatal para el Fomento del Uso Correcto del Lenguaje (establecida en 1992); por su interés en la promoción de la educación para la salud, formó parte de la Asociación «Amigos del Corazón» del Servicio de Cardiología del Hospital de Concentración Toluca del ISSEMyM (fundada en 2001); por sus aportes a la historia de Toluca, fue vocal de la Comisión de Crónica Social (en 2010) e invitado de la Comisión de Nomenclatura del Ayuntamiento de Toluca.


Tertulia literaria en la UEMAC, en 1982 (en las oficinas ubicadas en Riva Palacio 100, primer piso, en el centro de Toluca, donde era Patrimonio Cultural), a la que asistieron: Marco Aurelio Chávezmaya, José Alfredo Mondragón, Juan Hinojosa Sánchez, Pedro Salvador Ale, Alfonso Vírchez, Francisco Paniagua Gurría, Alfonso Sánchez Arteche, Carlos Muciño Mondragón, Alejandro Ariceaga, Elisena Ménez Sánchez, Jorge Teillier (chileno), Darie Novaceanu (rumano), Alejandro Romualdo (peruano) y Omar Ménez Espinosa (foto tomada, con el disparador automático de su Nikon, por el mismo Ménez Espinosa)


Como narrador y poeta, impartió talleres literarios y de lectura en Toluca, Tenancingo, Zinacantepec, Capulhuac y Santiago Tiangistenco; fue prolífico conferencista (en temas de salud, higiene, literatura y autores mexiquenses, así como de diversos temas sobre la ciudad de Toluca) y partícipe de publicaciones periódicas.


Conferencista de temas literarios e históricos sobre la ciudad de Toluca


Su obra está integrada por poesía (haikus, sonetos, poemas de verso libre y poesía para niños), narrativa (con cuento y novela), aforismos (a los que se refería como «lingüetas»), promoción de la educación para la salud, atención premédica, divulgación sobre el uso correcto del lenguaje, preceptiva literaria, crónicas sobre la capital del Estado de México y anécdotas del Instituto Científico y Literario del Estado de México. Fue autor de más de una veintena de títulos.

Su producción le ha valido, entre otros reconocimientos, la obtención del Premio Internacional de Narrativa «Ignacio Manuel Altamirano» (en 2007), que le otorgó la UAEM, por la novela Las flechas de Apolo,[*] además de la Presea «Manuel Buendía Tellezgirón» 2021, que le concedió la Asociación de Periodistas del Valle de Toluca (APVT).


En reconocimiento a su trayectoria en el periodismo cultural


[*] La historia de Las flechas de Apolo se desarrolla en el poblado ficticio de San Joseph Tolotzinco, de la Prefectura de Toluca, donde los habitantes pasan una serie de vicisitudes al sufrir —durante los primeros meses del año de 1830— la presencia, con rostro pustuloso y tentáculos morbíficos, del personaje principal del relato: la epidemia de viruela. Obra de la que, al parecer de varios lectores, ya es justo y necesario contar con su reedición para acercarse a su lectura con los ojos de quienes hemos sobrevivido a la pandemia del covid. 


Como autor prolífico, estuvo siempre en constante creación y se convirtió en editor de su propia obra y de la obra de su padre, Guillermo Ménez Servín. Se autopublicó mediante su Editorial Libro Artesanal, haciendo incluso el encuadernado en pastas duras de cada uno de sus ejemplares (amante de los libros, tomó cursos de encuadernación y restauró varias piezas de la biblioteca familiar).



Autor de más de una veintena de títulos


Cuando no estaba enfocado a la auscultación meticulosa, con diagnóstico acertado, para atender a sus pacientes, a él le bastaban su pluma fuente, un lápiz con buena punta, goma suave, su PC, la impresora, un juego de cuchillas, material para encuadernar y el corazón de la casa: libros, para desatar —cual Don Quijote de La Mancha— su imaginación y desfacer entuertos de la realidad para vivirla con el optimismo que le caracterizó.

Físicamente era como un roble, alto y fuerte. Fue deportista, cinta negra de judo (en la década de los setenta impartió un curso de ello en la Ciudad Universitaria mexiquense), buen nadador, excursionista, sobre todo, de las sierras de Toluca. Como padre, fue estricto, pero sensible y cariñoso; como tío y hermano, un padre protector de cada uno de los descendientes de Guillermo Ménez y Evangelina Espinosa.


Judoca cinta negra


Aunque mi padre se despidió del plano terrenal para integrarse a otro nivel del cosmos, aunque esté bien donde está, aquí sigue haciendo falta; hacen falta su voz, su presencia, su sonrisa; hacen falta sus referencias sobre la ciudad de Toluca, su nobleza y sencillez, en este mundo de avaricias y ambiciones materiales desmedidas. También hacen falta su ingenio, su creatividad, su bondad, su preocuparse siempre por los demás, aunque él fuese quien más necesitaba de los demás. Hace falta su magia que le concedió su hada madrina...

En su poemario, aún inédito, Astillas de espejo en el otoño, mi padre anunció su muerte al decir:


Llegará caminando por la calle
con un vestido verde
y un rebozo amarillo
a tocar a la puerta de la casa 

 

con voz queda
—casi en murmullo—
preguntará si estoy
o a qué hora llego
y al entrar
en la alfombra dejará estampado
el silencio de sus plantas 

 

dirá que me visita
porque supo que estoy
triste
fatigado
enfermo
que hace tiempo no charlamos
o que pasaba casualmente
y quiso verme 

 

A la familia preguntará
por mis horas de trabajo
mi mal humor
mis vicios
y desvelos
si estoy bien de salud
si es verdad que la vida
me ha golpeado 

 

luego caminará a mi cuarto
donde ya la espero
me alegraré de verla
mi padre le ofrecerá un asiento
y mi madre
té con galletas 

 

Sin soltarme la mano
me llevará hasta el lecho
y besará mis labios
y feliz hablará
sin importar el tema

 

Yo sonreiré sereno
y dormiré
dormiré mientras ella está allí
con su vestido verde
hablando de esto y aquello

 

Su sepulcro en Jardines del Descanso


De Omar Ménez Espinosa queda el legado de su palabra. La palabra era esencia creadora para él; era el vehículo más preciso para el conocimiento y la empatía; era, también, el acercamiento con la creación divina en esa frontera entre ciencia y fe.

De sus haikus (que forman parte de otro libro inédito próximo a publicarse), reflexivos, muchas veces con un inevitable sentido del humor, y de gran detenimiento en los pequeños detalles para sintetizar un paisaje, los ciclos de la vida y la muerte, el amor o la naturaliza, cito estos cuatro:


I
El que anda en chismes
y descubre el secreto,
es periodista. 

 

II
Entre luceros
cimitarra de plata
cuelga la Luna. 

 

III
Suéter de estambre y
zapatitos de polen
viste la abeja. 

 

IV
¿Irá la oruga
al baile disfrazada
de mariposa?


Omar Ménez también abordó composiciones poéticas de literatura infantil en su libro Bestias y fantobestias (que en próximas fechas verá la luz en imprenta, como lo anheló y lo dejó encaminado su autor) del que brotan, con la magia de la palabra, animales peculiares y fantásticos que es posible creer que viven en una dimensión paralela a la nuestra. De este libro es el poema «El Tumbaluceros», que dice:


Fantobestia que parece
una bola de billar
y rueda sobre la arena
que está cercana a la mar. 

 

Sale de su liso cuerpo
un enorme brazo que usa
para tirar una piedra,
cual si fuera catapulta. 

 

Lanza la piedra hacia arriba
y hace caer un lucero
que va dejando en la noche
cauda de luz en el cielo. 

 

Al lucero con su cauda
que cayó del infinito
los astrónomos le han dado
el nombre de meteorito. 


Amante de la ciudad de Toluca y conocedor de la preceptiva literaria, Omar Ménez Espinosa escribió el poemario Estrofario estrafalario (publicado en 2022 por la Editorial #LaMagayElCíclope), el cual está dedicado a pasajes y paisajes toluqueños entrañables y en cuyos versos las imágenes son postales que resumen con palabras detalles panorámicos de la capital mexiquense, De este libro es el serventesio titulado «Fray Andrés de Castro»:


     Mueres recluido, Andrés, en el convento,
frente al río Verdiguel del matlatzinca.
La Sierra de Toluca, en el momento
del réquiem por tu espíritu, se te hinca. 

 

     Lejos está la tierra burgalesa
—allí alza la Demanda montañera
y el Arlanzón su líquido atraviesa—
que al marcar tu destino, te perdiera. 

 

     Cuatro siglos empolvan tu mirada
que el metal estatuario dulcifica
en un rincón de la ciudad amada,
mientras filial el indio te platica.  


Estatua de Fray Andrés de Castro, en el centro de la Ciudad de Toluca, Estado de México


Cierro esta primera parte sobre el maestro normalista, médico y escritor mexiquense con otra probadita literaria —no sin antes invitar a los lectores a conseguir la obra de Omar Ménez Espinosa directamente con su casa editorial #LaMagayElCíclope (activa en todas las redes sociales)—. De Estrofario estrafalario, un poema de amor a la ciudad de Toluca, «Muchas cosas para amar»:


Muchas cosas hay para amar
a mi ciudad:
prados
monumentos
casas antiguas y modernas
hombres y mujeres tristes
alegres
serios
adustos
sonrientes los menos
mendigos de manos generosas
y millonarios pobres 

 

mañanas húmedas
para soltar el llanto
cálidos mediodías para hablar
con los amigos
noches pálidas o azules
para hacer el amor 

 

ruidos
de la misma vida viva
aromas de color
tactos que se expanden
aromas de emociones. 

 

Sólo hay que caminar
por la ciudad
para amar lo inesperado. 

 

Escritor prolífico


EL INSTITUTENSE Y PERIODISTA CULTURAL


Omar Ménez Espinosa, médico y escritor que nació en las tierras mineras de Zacualpan el 29 de febrero de 1936 y que desde sus primeros meses de vida hasta su fallecimiento,  acaecido el 19 de diciembre de 2021, radicó en la ciudad de Toluca, fue hijo del profesor y poeta Guillermo Ménez Servín y de la profesora Evangelina Espinosa Heras.


Omar con sus padres Guillermo Ménez y Evangelina Espinosa


Omar perteneció a la última generación del Instituto Científico y Literario del Estado de México (ICLA). Al egresar de este Instituto, estudió Medicina en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

A lo largo de su vida, Ménez Espinosa ejerció su profesión como médico general, cirujano, laboratorista, partero, auxiliar de sanidad en el Honorable Ayuntamiento de Teoloyucan y médico escolar; fue docente en escuelas preparatorias de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM o Uaeméx) y del entonces Instituto Cultural «Isidro Fabela», hoy Universidad, así como de las escuelas normales de Santiago Tianguistenco, Capulhuac y Tejupilco.


Formó parte de la última generación del ICLA y conservó siempre gran cariño por su casa de estudios


La trayectoria de Omar Ménez Espinosa es vasta (porque, como él decía: «el hombre es un todo»). No sólo ejerció la medicina y la docencia, sino también la escritura. Alguna influencia debió tener de los autores con quienes en su adolescencia compartía en los cafés literarios que organizaba el Grupo Letras, cofradía de escritores toluqueños del que su padre, mi abuelo, fue uno de los fundadores y presidentes (en el Café Madrid o en el Gran Hotel, ubicado éste en aquel entonces en el Portal de Toluca, compartían sus obras y debatían: Eliseo Suárez, Pompeyo Franco, José Yurrieta Valdés, Alejandro Fajardo, Rodolfo García Gutiérrez, Guillermo Torres Agatón y Ménez Servín, entre otros).

Además de la medicina, la docencia y la escritura, Omar Ménez Espinosa colaboró en la Enciclopedia de México que hace muchas décadas, a. c., es decir, antes de las computadoras, coordinó Gutierre Tibón. Esta colaboración y su acercamiento con escritores fundamentales para la historia de Toluca, le motivó a promover, con profesionalismo, la historia de nuestra ciudad, así como el uso correcto del idioma español, no sólo en conferencias que impartía, invitado por la Dirección de Patrimonio Cultural, el gobierno estatal y el Archivo Histórico Municipal de Toluca, sino también a través de las columnas semanales que tuvo en diferentes periódicos.


En la conferencia que dio sobre la batalla en el cerro del Calvario en la FILEM de 2019


Sabido es que fue coordinador de talleres literario en varios municipio de la entidad; asimismo, fue cofundador de la Unión de Escritores Mexiquenses, Asociación Civil, UEMAC, del Colegio de Lenguas y Literatura Indígena del Estado de México, de la Comisión Estatal para el Fomento del Uso Correcto del Lenguaje y de la Comisión de Nomenclatura del Honorable Ayuntamiento de Toluca.

Omar Ménez Espinosa es autor de más de una veintena de libros (algunos de estos publicados por el Ayuntamiento de Toluca, la Universidad Autónoma del Estado de México, Libro Artesanal, Educ Arte y #LaMagayElCíclope). Fue reconocido por el Premio Internacional de Narrativa «Ignacio Manuel Altamirano» 2007, con el que lo distinguió la UAEM, y obtuvo el primer lugar del Certamen literario «Vivencias y Experiencias», convocado por el Ayuntamiento de Toluca en 1988.

En el ámbito del periodismo toluqueño, desde su juventud incursionó como reportero del Órgano Oficial de la Sociedad de Alumnos del ICLA, en 1952. Más tarde, hacia la década de los setenta del siglo pasado y hasta la primera década de inicios del siglo en curso, es decir, a lo largo de cuarenta años, Omar Ménez Espinosa colaboró en diversas publicaciones periodísticas.


En 1952 incursionó como reportero del ICLA


En el 8 Columnas contribuía con algunos poemas-críticos de temas sociopolíticos bajo el seudónimo de Tábano II; ahí mismo tenía una columna que firmaba con su nombre y en la cual semanalmente aportaba la biografía de personajes importantes que dieron nombre a las calles de Toluca, aportación que continuó poco después en el periódico Rumbo.

El no olvidado y querido Carlos-Héctor decía:


para los lectores de periódicos de nuestra ciudad, el nombre del doctor Omar Ménez Espinosa no resulta desconocido. Autor de varios artículos, publicados en diversas fechas y lugares, el doctor Ménez Espinosa es un auténtico amante de nuestra ciudad, estudioso de sus características, conocedor de sus detalles y un ameno cronista, capaz de convertir en acertados trabajos el fruto de sus observaciones (Rumbo, «Suplemento Dominical», 27 de enero de 1980, p. 7).


En el Rumbo, Ménez Espinosa también aportaba datos históricos sobre médicos toluqueños del siglo XIX que detectaron epidemias, plagas y enfermedades endémicas urbanas en la capital mexiquense, como lo fue la propagación del tifo por las condiciones insalubres en las que vivía la población. En 1977, Ménez Espinosa señalaba lo siguiente:


Toluca la bella, la de calles pavimentadas y río entubado, ha superado sus condiciones sociales, económicas y culturales, pero ahí queda en su historia la lucha histórica contra la enfermedad, el sufrimiento, la miseria y la ignorancia (Rumbo, «Suplemento Dominical», 24 de julio de 1977, p. 2).


También en este periódico solía participar con relatos, crónicas y reseñas en el suplemento cultural «Vitral», coordinado por el entrañable Alejandro Ariceaga. Otras contribuciones literarias las hizo en El Heraldo de Toluca.


Colaborador constante de el Rumbo


En la década de los ochenta hay cuentos y poemas de Omar Ménez Espinosa en el suplemento cultural «Redes», de El Sol de Toluca. Cabe señalar que en este periódico trabajó, desde su entrañas, como capturista, redactor y corrector de estilo editorial.

Fascinado por la cadena de producción que iba desde el alzado de las notas, la redacción en máquinas Olivetti, la captura en incipientes computadoras, la corrección, el diseño (aún con recorte de papel y goma para pegar por cuadros la arquitectura informativa de las planas) hasta la salida del periódico, ya armado y entintado por las grandes máquinas que devoraban el papel de las bobina, terminó siendo un colaborador proactivo apreciado por todo el equipo de trabajo.

No muy tarde, se ganó una plana cultural en El Sol de Toluca para promover la creación literaria de autores mexiquenses, así como anécdotas históricas de Toluca y para aportar nociones filológicas de ciertos vocablos, de los que refería su significado, su etimología y su evolución histórica; desde esa trinchera de palabras defendía el uso correcto de nuestro idioma.

Su plana dominical se llamaba «De Todo Como en el Tianguis», y no faltaba en ese tianguis su toque de buen humor y sarcasmo con secciones populares que provocaban la sonrisa del lector (como sus anuncios clasichiflados, el listado de exageraciones, en la que dice: «hace tanto que no como, que ya tengo musgo en el gaznate y telarañas en los intestinos», o bien, «Es tan cegatón que no ve ni por la familia», o el apartado de casos del Archivo de la Doctora Corazón, en el que exponía relatos inesperadamente sorpresivos).


Fragmento de la plana «De Todo como en el Tianguis» de El Sol de Toluca


Después de su plana «De Todo como en el Tianguis», publicó casi a diario en El Sol de Toluca su sección «Café y Té de Canela», columna en la que dos personajes ficticios aficionados al conocimiento de la lengua castellana dialogaban sobre el significado de las palabras, mientras, reunidos en un restaurante, uno tomaba su taza de café y el otro, su té de canela.

Hacia la década de los noventa, Ménez Espinosa fue colaborador del suplemento «Ideas» del semanario Cambio y de la revista mensual La Luna de Toluca. Ya entrado el siglo XXI, colaboró en el periódico bimestral La Gaceta de Toluca, al inicio con diversos artículos sobre promoción de la salud, literatura y el uso correcto del lenguaje; más tarde, aquí mismo, tuvo su columna «Scribitur ad Narrandum» (sobre «modalidades de nuestro idioma», decía él) y en 2009 la cambia por «Galenos a Vuelapluma» (con artículos de divulgación médica).

De la década de los noventa a 2010, mi padre siguió participando con la misma pasión e interés por la literatura, la historia de Toluca, la promoción de la educación para la salud y, desde luego, por el fomento del uso correcto del idioma español. Esto lo hizo en su boletín semanal El Abejorro Ventorro (Órgano Chismográfico y Pseudocultural de los Desayunos del Miércoles), que preparaba para los miembros de las últimas generaciones de alumnos del ICLA, así como en espacios como: los Cuadernos del Centro Toluqueño de Escritores y las revistas La Troje y Ágora Mexiquense (de esta última fue coordinador, por un lustro, del suplemento cultural «El Partenón»).


Una de sus contribuciones en la columna «Café y Té de Canela», en El Sol de Toluca


A finales de 2020, época en la que estaba releyendo Noticias del imperio de Fernando del Paso —como Fernando del Paso—, mi padre tuvo una isquemia cerebral transitoria que, si bien no le causó la muerte ni afección motriz alguna, sí repercutió en el área de Broca, parte del cerebro donde se estructura el lenguaje.

La gran enciclopedia de palabras, significados y significantes que había en el acervo personal de mi padre se revolvieron como si un huracán hubiese entrado por la ventana de su biblioteca y le hubiese revuelto todos sus papeles.

Disciplinado y, como médico consciente de su situación, incluso paciente ante mi angustia, aceptó algunas terapias de lenguaje y, ya por su cuenta, haciendo ejercicio y retomando la lectura y la escritura, poco a poco empezó a ordenar sílabas, a relacionar palabras con significados y —como Fernando del Paso— volvió a recuperar sus palabras y a rescatar con éstas sus recuerdos.

Poco más de un año nos permitió el destino seguir escuchando sus conversaciones sobre Toluca, la pandemia, las anécdotas de la familia. Fue un año en el que dejó encaminados algunos de sus libros para su pronta publicación y que, poco a poco, los va dando a conocer la Editorial #LaMagayElCíclope.

El 19 de diciembre de 2021, tras una embolia pulmonar, la luz de su voz se apagó en el silencio para esconderse en el recuerdo, en sus objetos, en las huellas de la casa, en sus libros, en su biblioteca y en el legado de su obra escrita a pulso y con el esmero de quien respeta su cultura, su ciudad y su idioma, «como humanista que fue en toda la extensión de la palabra», diría el doctor en Sociología Jorge Arzate Salgado en el homenaje que el 16 de mayo de 2022 le hizo la Academia Nacional e Internacional de Poesía de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, A.C., con sede en el municipio de Toluca.


Homenaje póstumo en el Hospital Regional de Toluca, en el marco del Día del Poeta Toluqueño


El 30 de mayo 2022, Omar Ménez Espinosa, mi padre, fue reconocido por su trayectoria dentro del periodismo, con la entrega póstuma de la Presea «Manuel Buendía Tellezgirón» 2021 que le hizo la Asociación de Periodistas del Valle de Toluca, en el trigésimo noveno aniversario de este gremio; acto que no dejo de agradecer con todo el corazón.

Amante de la ciudad de Toluca y conocedor de la preceptiva literaria, Omar Ménez trasladó la crónica hacia la poesía en su poemario Estrofario estrafalario, sirva de ejemplo el siguiente texto:


EL CERRO DE LA TERESONA  

 

Allí está
desde tiempo inmemorial.
¿Volcán extinto?
¿Plegamiento orográfico?
¿Ondulación del horizonte?
¿Fósil petrificado? 

 

Allí está
en maternal vigilia
como una elefanta
que cuida
solícita y celosa
a su cachorro. 

 

Ahí está
en reposo eterno
con las patas encogidas
contemplando las metamorfosis:
de caserío en aldea
de pueblo en villa
de ciudad en metrópoli. 

 

Allí está
testigo de los tiempos
testigo de la historia
tirada la trompa al porvenir. 

 

Allí sigue
echadita
La Teresona.  

 

Forro del poemario editado en 2022


Algo que caracterizó a mi padre fue su sentido del humor, que a veces tocaba la frontera del sarcasmo. Médico, poeta y hábil conocedor no sólo del idioma sino también de la retórica, compuso, además, sonetos atípicos, poco comunes por su tema (las enfermedades) y por su tono (completamente lúdicos); éstos se encuentran reunidos en su libro Patología rusticante, editado en 2022 por #LaMagayElCíclope. 

El escritor y catedrático jalisciense Dante Medina afirma que, en este sonetario, Ménez Espinosa:


se burla de los padecimientos y sus síntomas, los banaliza y los actúa a la manera bufa del teatro, en primera persona, en autoburla; [los suyos] son poemas-bisturí, meticulosas auscultaciones, escritos anatómicamente en carne propia.

 

Portada del libro


Concluyo esta segunda parte sobre el maestro normalista, médico, fiel institutense, periodista cultural, escritor mexiquense (y muy querido padre), con dos sonetos de Omar Ménez Espinosa:


MEMORIA MÉDICA

 

Amilorida y eritromicina,
butorfanol, biotina y alcanfores,
fenilpentol —¿se dice así, señores?—,
piroxicam, metilergotamina, 

 

     gamma benceno, oxitetraciclina
—¿Trabalenguas de los embaucadores
o es jerigonza de exorcizadores?—,
mebendazol, lipasa, metionina, 

 

     trimetoprim, pineno, prazosina,
amantadina... —¡Basta ya de horrores
que mi ofuscada mente no adivina, 

 

     aun cuando tomo mucha vitamina,
cómo chingados le hacen los doctores
para recordar tanta medicina! 


 

TABAQUISMO 

 

Que malgasto el dinero a lo pendejo
por gastarlo en un tubo de tabaco,
que al fumarlo de cáncer me echo un taco,
que me haré prematuramente viejo, 

 

     que al respirar exhalo un tufo añejo
y el aire contamino cual chacuaco,
que si la nicotina me hace flaco,
que ya tengo el pulmón hecho un trebejo. 

 

     Eso dicen al ver mi cajetilla,
mi tos seca, la herrumbre en el gargajo
y la pieza dental café-amarilla. 

 

     Concedo la razón, mas no me rajo,
seguiré dando el golpe a la colilla
y mando a mis amigos al carajo.  

 

Con sus amigos del Laboratorio Chopo: Arturo Ascención y Arias


Omar Ménez Espinosa es autor de los siguientes títulos publicados en la capital mexiquense:

  1. Manual de morfofisiología humana (edición del autor, 1976).
  2. Historia de las interpretaciones de la salud y la enfermedad (edición del autor, 1983).
  3. Manual de ciencias de la salud I (edición del autor, 1984).
  4. “Los últimos días del ICLA”, en Vivencias y experiencias (H. Ayuntamiento de Toluca, 1990).
  5. Isidro Fabela. Biografía (Ediciones Educ Arte, 1990).
  6. Miguel Hidalgo y Costilla. Biografía (Ediciones Educ Arte, 1990).
  7. José Ma. Morelos y Pavón. Biografía (Ediciones Educ Arte, 1991).
  8. Los Niños Héroes. Biografía (Ediciones Educ Arte, 1992).
  9. Las calles de Toluca (H. Ayuntamiento de Toluca, 1993).
  10. Abejas de lumbre. Anécdotas del Instituto Científico y Literario del Estado de México (Libro Artesanal, 1995).
  11. Microhistorias de Toluca (edición del autor, 1998).
  12. Cartilla del fillosofante (Libro Artesanal, 1999).
  13. ICLA 1999 (edición del autor, 1999).
  14. Para leer poesía (Libro Artesanal, 1997; 2ª ed., 1999).
  15. Trampas verbales en el periodismo (Libro Artesanal, 2000).
  16. Atención premédica en urgencias escolares (edición del autor, 1989; 2ª ed., Ediciones Educ Arte, 2002).
  17. La salud del emperador (edición del autor, 1995; 2ª ed., Editora Ágora, 2002).
  18. Nociones de preceptiva literaria (edición del autor, 2007).
  19. Las flechas de Apolo (Uaeméx, 2008).
  20. Estrofario estrafalario (#LaMagayElCóclipe, 2022).
  21. Bestias y fantobestias (#LaMagayElCíclope, en proceso de edición).
  22. Lingüetas contra el tedio (#LaMagayElCíclope, 2024).
  23. Mictlán, la mansión de los muertos (mitos, leyendas y necrocuentos) (#LaMagayElCíclope, en proceso de edición).

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lunes, 15 de enero de 2018

Crónicas desde mi luna 3


Que cuando se echa a perder la leche de cabra, genera cianuro y te manda al hospital porque casi te mata si la tomas, eso dijo la mujer al hombre que la acompañaba en el puesto de tacos callejero mientras los comensales degustábamos trozos de queso tipo cotija que la misma pareja insistía en que era de cabra y que, si no se cuida, puede tener una bacteria que te manda al hospital...

Ella se pidió dos de tripa y dos rancheros; él, dos de costilla, dos de bistec y dos de tripa... Me dieron ganas de comentar sobre las bacterias dañinas en la carne de los puestos callejeros... pero estaba más intrigada por saber si cada uno podría acabarse, a esas horas de la noche, tanto taco pedido (uno solo ya era una cena completa, porque sería muy callejero el puesto, pero estaban generosamente servidos los tacos), si para entonces ya habían comido bastante queso...

(Si no el queso, seguro la indigestión los mandará al hospital.)

jueves, 4 de enero de 2018

Textos desde el Tíbet 8


Cuando un escalofrío sacude al cuerpo desde la médula hasta erizar la piel --como fiebre previa a la gripa de invierno--, hay que revisar de forma escrupulosa los alrededores: por abajo de la cama y de la mesa, en el rincón de los libros, en lo oscuro del clóset, tras del cancel en el cuarto del baño, en el reflejo de las ventanas, a cada lado de los hombros, a la espalda y en la mente...

Ese escalofrío no antecede a una enfermedad, es un temblor del alma que sobrevienen ante el impacto de dos fuerza que se encuentran, y se atraen; es un choque eléctrico en los huesos de dos personas, a causa del toque de sus pensamientos, cuando una está recordando a la otra y la otra a la una; cuando estos dos ausentes solitarios se piensan al mismo tiempo y dejan, por un instante, de estar completamente solos.


Crónicas desde mi luna 2


Ayer en mi cumpleaños no quise ser aguafiestas, sólo lo fui tantito..., y hoy en mi cruda, no quise ser aguacrudas, pero tuve la crudeza de serlo.

Ayer, al parecer, el hijo adolescente de mi vecina, aprovechando la ausencia de su madre, se festejó o festejó el cumpleaños (o no cumpleaños) suyo o de alguno de sus amigos.

Poco después de que llegué a casa, ya tenían su alboroto. Intenté salir a pedirles que bajaran el volumen, pero al escuchar esa melodía que casi se parece a La Guadalupana que entonan los peregrinos en su dolorosa marcha rumbo a la Villa, me refiero a Las mañanitas (que, por cierto, nunca me ha gustado y no sé por qué), me contuve...

Yo inauguré mis festejos desde las 6 am, y salí de casa con rumbo a mis encuentros del día; a las 11:59 pm clausuré, poco después de regresar al nido, con gusto de irme a la cama... pero el punchis punchis que hacía vibrar las paredes y ventanas del edificio me impedía descansar.

No quise aguarle la fiesta al imberbe cumpleañero, cada quien festeja como puede y le da la gana hacerlo. Él necesitaba que el mundo a su alrededor se enterara de su día. Yo sólo salí a enterarme del mundo de alrededor para captarme en él y favorecer lo nuevo que viene...

Le aguanté su música de imperceptibles melodía y letra, monótonamente rítmica (y martirizante para mí por el problema de discernimiento auditivo que tengo cuando los decibeles rebasan ciertos límites) hasta las tres y media de la mañana.

A las 3.31 le llamé por teléfono, le pedí que bajara el volumen de la música, al menos para evitar que las paredes y ventanas del edificio vibraran.

Se disculpó. Le bajó casi hasta apagarla. Peguntó por WhatsApp (no sé si por atención o como parte de un desplante del adolescente hacia el adulto) si así estaba bien. "Sí", fue mi respuesta.

No hubo más... sólo el insomnio que ya se había adueñado de todo el continente de mi cama: el libro que brincó al suelo, la pluma que se suicidó saltado al vacío después de perder la compañía del libro, las hojas de textos que se volvieron acordeón y después baraja dispersa en el piso, los lentes (irrompibles, aún, afortunadamente), las cobijas acaloradas, y yo, como barril suelto en nave a la deriva...

Parte de la palomilla de adolescentes salió y emprendió la huída en los autos de papi. El resto, después de las 6 am, cuando el sol comenzó a alumbrar las calles de la ciudad abandonó el edificio. Entonces pude dormir dos horas corridas.

Me sentí una aguafiestas, pero les permití festejar casi hasta las cuatro de la mañana.

Después de la jornada de este día, vuelvo a casa, intento recuperar el sueño perdido y, de nuevo, el punchis punchis del imberbe de al lado hizo vibrar las ventanas, las paredes, la pecera (casi a punto de un maremoto) y mi paciencia...
No le hablé por teléfono, fui a tocar a su puerta.

Abrió un espantapájaros, o no sé si era el chico manos de tijeras de Tim Burton, con la cabellera revuelta, los ojos perdidos en unas profundas ojeras y una botella de cerveza oscura en la mano.

Me dijo, como autómata, antes de escucharme: "Sí, sí..., ya le bajo...". Cerró su puerta. Apagó el volumen. Regresé a mi hogar. Volvió el silencio. Los peces quietos.

Me sentí una aguacrudas, pero creo que los dos, el espantapájaros y yo, hoy vamos a dormir profundamente después de lo bailado, cada quien a su ritmo, en nuestros respectivos 29 de diciembre.

Crónicas de mi luna 1


Hay madrugadas que concluyen (siempre concluyen, no inician, aunque sean el comienzo del día) de manera un tanto extraña: intimando en la soledad, con el vaso de whisky a la mano o con lápiz y cuaderno --de papel o electrónicos-- desatando por escrito nudos que se anudan como lianas donde sea; o con la emoción extraviada y el cuerpo desnudo; o nostalgiando lo que de golpe, en horas, se vuelve recuerdo y, a la vez, pregunta (¿por qué?); o compartiendo entumidos la friolera del invierno en casa del amigo para emprender el retorno a la rutina tan pronto alumbre el día o tan pronto caliente el segundo sol. O abogando derechos en una incierta oficina de tránsito y vialidad, con la grúa jalando el auto y el viejo oficial con su viejo disfraz de laborista de tránsito, que transita sólo por la burocracia y saca su tajada de la corrupción (discusión inútil, pues al final al auto se lo lleva la grúa y a uno el vacío, luego de recibir la amenaza de ser mandado al encierro si no acata uno el protocolo desprotocolizado por quienes detienen so pretexto de un inexistente alcoholímetro); o pensando que la mano que tocó la nuestra en ese día compaginó el mundo entre ambas manos, aunque sólo haya sido una mariposa de piel que, creyendo pétalos los dedos de la mano ajena, aterrizó en la flor donde libó la esencia... Hay madrugadas que concluyen de manera un tanto extraña y no por raras, sino por dejarnos tatuada la vida.

miércoles, 3 de enero de 2018

Perfectos desconocidos


En una noche, durante el eclipse de luna llena, siete viejos amigos con sus respectivas parejas se reúnen a cenar; entonces, bajo la luna roja y sobre avenidas conflictuadas por el alboroto de transeúntes, fluye el drama de la comedia negra PERFECTOS DESCONOCIDOS, en la que se muestran, entretejidos con el apocalíptico escenario de la luna, los secretos personales que evidencian, por una parte, lo poco que realmente se conocen estos amigos y sus parejas, y, por otra, la miseria social que vivimos actualmente en nuestra comunicación cotidiana con las personas más cercanas, oculta en las plataformas de intercambio de información y registro de los smartphones; miseria que cuestiona las disyuntivas de amar o conformarse, perdonar o simular no saber nada y voltear la mirada hacia otro lado, viéndole el lado positivo al peor de los momentos y tener asegurado un estado de ¿felicidad? perverso...

Excelentes personajes y libreto; muy buenas actuaciones. En esta película española, estrenada en diciembre de 2017, la cámara le cede al espectador un lugar entre los comensales, donde da pena estar porque en medio del drama uno no para de reír y cuestionar su propio mundo, incluso aunque se viva bajo otro tipo de eclipses.


miércoles, 14 de diciembre de 2016

A veces se empieza por el final

Primera edición del texto escrito y leído por Clara Stern
en el Día Nacional del Tango (11 de diciembre) de 2015

Al concluir la lectura de algún texto significativo, cierra una las tapas del ejemplar y exhala... recordando o sintiendo de golpe o, mejor dicho, comprendiendo lo que uno lleva dentro y, de inmediato, se vuelve tangible tras la lectura.

Empiezo por el final, respiro y exhalo, como si la madeja de Oblivion se desenredara desde mis entrañas: abro la tapa que por cuarta de forros sólo dice Asociación Mexicana Tango para Todos, A.C., y, en el colofón, me entero que tengo el ejemplar 167 de los cuatrocientos impresos y encuadernados artesanalmente, en Ciudad de México, de una plaquette (impresa en octubre de 2016) que contiene un texto sencillo, como el suspiro, pero profundo como el resuello de la memoria tras la revelación.

El pequeño texto, editado bajo el cuidado de esa asociación, es de Clara Stern, mexicana de descendencia alemana quien, muy de paso, nos comparte su experiencia en el tango a partir de la interpretación que ella ejecuta de esta música en el bandoneón, pero, ante todo, nos comparte su pasión por encontrar  tras una trayectoria de encantamiento, búsqueda y aprendizaje la música, que, en esencia, es su sentido de vida, en las entrañas de un instrumento musical que se expande, se comprime, se contorsiona, gime... respira... susurra y canta con estruendo: el bandoneón.

(Según el músico Dino Saluzzi, este instrumento "se ha convertido en un símbolo de la cultura de Buenos Aires y Argentina, es un instrumento que vino de la mano de los inmigrantes de Alemania y se ha convertido en el predominante de la cultura del tango y de Argentina".)

ilustración de Luis Scafati.
En Esa caja que respira. Notas de una bandoneonista, cuyo texto mantiene un tono sublime que nos lleva de la sorpresa a la emoción de sabernos cerca del resuello de Ástor nombre del bandoneón de Clara Stern y de la nostalgia al entendimiento, la autora nos explica las dificultades y el placer de interpretar con este misterioso instrumento, "criatura de la noche", del cual nos dice:

es una artesanía, irrepetible, con piezas únicas, y esto, aunado por supuesto a su inconfundible y ronco sonido, le da una personalidad de sabio antiguo, y a la vez del que siempre quiere ser el centro de la fiesta. El bandoneón tiene la arrogancia intrínseca del que se sabe excepcional; le toca al intérprete sacarle todos sus matices y civilizar su sonido para domesticarlo y ensañarle a tocar con los demás y hacer los dúos, los tríos, cuarteos, sextetos, las orquestas típicas de tango; apaciguarlo en la tormenta y, en otros momentos, rozar con la piel la seda de sus círculos de nácar, presionando las variables profundidades de sus teclas [...] que son como una clave en Braille (pp. 9-10).

La crónica que nos ofrece en su plaquette es un segmento de pasión que mueve y conmueve; quien la lee, se apropia de la historia de Stern, sin necesidad de ser bandoneonista, sólo basta sostener el abrazo cerrado con las palabras y fluir en su texto que es como la partitura de un tango, el más íntimo que hace que una baile a dos palmos sobre la duela y termine exhalando un suspiro de satisfacción.

sábado, 16 de mayo de 2015

sábado, 4 de octubre de 2014

Gazapos trogloditas




Una se esmera corrigiendo un libro, deshierbando la maleza de errores ortográficos, ordenando primigenias jerarquías tipográficas en formato word (sólo para dar una obvia guía a quien diseñará el libro, a fin de que pueda discernir entre párrafos, títulos, subtítulos, citas, transcripciones, incisos…) y dando uniformidad al texto a partir de criterios editoriales (uso de mayúsculas y minúsculas, versalitas, cursivas, negritas, etcétera).

Una doblega las vértebras ante el texto para hacer del orden de las palabras —a veces caótico— una armonía cósmica inteligible para el lector. Incluso, una desentraña de la frigidez intelectual de un autor no apto para la escritura lo que éste quiso decir y la forma como pretendió decirlo, procurando mantener su estilo con la finalidad de no rebasar los límites lingüísticos a los que podría llegar o manteniendo su altura (cuando es de altos vuelos).

Ante ese esmero, que por momentos se vuelve una lid de ingenio contra palabras-rocas-informes 
—combate donde el intelecto se escuda tras diccionarios (de conceptos, de sinónimos, de dudas del lenguaje, ideológicos…), manuales y búsquedas en fuentes fidedignas—, inevitablemente (a veces, a pesar del texto y, a veces, a pesar del autor), una sale triunfante ante la legibilidad y la uniformidad obtenidas, que iluminan como si el pulimiento hubiese desentrañado del Averno la presencia angelical del número áureo (de buen gusto para todos, aunque pocos sepan que está ahí, porque lo miran sin verlo).

En esa lucha de mente y cuerpo contra las palabras, una grita fuerte contra ellas y éstas chillan, como bien decía el poeta Octavio Paz.

Una se esmera en la óptima entrega de su labor (con fatiga intelectual y física de por medio), sin considerar las manos en las que se deposita el resultado: a veces diestras, otras confiadas y, por desgracia, algunas garras burdas.

Cuando se recibe de vuelta el trabajo montado en un diseño, una vuelve a encorvar el lomo y a hacer de los ojos lupas para observar de nuevo el contenido y atrapar la gordita errata con patas de chinche o el tramo de incoherencia que se pudieron haber filtrado en la corrección, y —como quien bajo el atardecer le mira las chichis a cada hormiga— una busca el detalle o su ausencia dentro y fuera de la mancha tipográfica.

Es el momento de la cacería más fina, más precisa y silenciosa: ojos y mente (también, a veces, a pesar del diseño) buscan insistentes el brillo áureo en la uniformidad de las paginas y sus folios, acordes con el contenido del índice, en la detección de líneas viudas y huérfanas, en el uso correcto de guiones, rayas, silabación, sangrados, interlíneas, descolgados, pantones…, página a página, párrafo a párrafo…

En este rastreo de la presa, una habla suavemente con el texto (y a veces despotrica contra algún diseñador con falta de pericia; una no se encabrita contra el diseño porque éste tiene lo más importante: el contenido y las constantes de las formas gráficas); con dulzura lo expurga, como quien atrae a un gato solovino para compartirle caricias o alimento necesario y, cuando se le tiene confiado entre las manos, le tusa las lanas que tanto daño le hacen.

En una cacería así de meticulosa, cómo hace ruido la imprudencia del autor o del responsable de algún texto (por lo regular más consciente el primero) que, luego de recibir el documento corregido sobre el que se dobló la espina y antes de pasarlo a diseño, lo “depura” sin corregir más nada que no sea el cierre, a diestra y siniestra, de espacios entre palabras, porque en el procesador de textos básico —que además no sabe usar— los ve abiertos y, también, porque olvidó, primero, que una es cazadora de manchas y espacios, de marcas y ausencias, y, segundo, que se le hizo saber en la entrega del documento corregido que ya estaba limpio de espacios dobles (de los tantos que tenía en su original).

Hace ruido el rebuznar de ese acto porque, cuando vuelve a una el texto formado en un diseño, además de buscar la presa ortotipográfica oculta, se distrae la mente al anular como las bolitas en el antiguo videojuego de Pacman la plaga de gazapos que brincan distrayendo permanentemente para que no se encuentre la errata mayúscula.

Moraleja: si usted es autor o el responsable de un texto que debe ser impreso y tiene un corrector de estilo editorial que le ayuda, no olvide consultarlo sobre el trabajo que él hace para usted. Consúltelo antes de cagar la labor del diseñador y del corrector —a quien horas cuerpo: principalmente nalgas, vértebras y dedos, así como horas intelecto le cuesta llegar a un buen resultado y, ante todo, consúltelo antes de hacer mierda su propio libro o el libro del que usted es responsable.

Aquí las imágenes de un segmento del texto ya “limpio” entregado por el corrector a quien lo contrató y, por último, el texto que el personaje de las garras entregó para su diseño (después de “depurar” el trabajo ya hecho) y donde brincan, libres de su imprudencia, los gazapos-teporingos, los gazapos-sapos, los gazapos-liebres, los gazapos-trogloditas y hasta torpes gazapos-gigantes-de-Flandes, mientras la erratas discretas andan por ahí desplazándose en su acompasado vals:

Texto "limpio" 1



"Depuración" imprudente del texto "limpio" 1

Texto "limpio" 2




"Depuración" imprudente del texto "limpio" 2


Reseñas de libros:

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