sábado, 26 de julio de 2008

Video interesante sobre el terrible rito del consumo del que formamos parte y, por lo mismo, podemos evitar (dura 21 minutos, vale la pena verlo completo):


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miércoles, 16 de julio de 2008

Conciencia de su muerte: esencia del hombre

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Uno de los conflictos que más atormentan al hombre es el de enfrentar su propia muerte.
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No obstante que carecemos del hábito de pensar en nuestra propia extinción e incluso queremos rebasar el límite de la mortalidad esperando que nuestros actos nos den trascendencia a través de los siglos, como humanos, nos sabemos seres para la muerte y en función de ello vivimos.
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En La epopeya de Gilgamesh, en el ensayo “Reflexión sobre la muerte” de Jaime Torres Bodet y en la novela La muerte de Iván Ilich de León Tolstoi se nos muestran ejemplos, entre muchos otros, de cómo el hombre enfrenta la circunstancia de su finitud a través de la esencia que lo separa de animales y dioses, esencia que no es su muerte, como tal, ni su incapacidad para alcanzar la inmortalidad, sino la conciencia de saberse un ser para la muerte.
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En el Gilgamesh,
[1] a diferencia de los hombres, los dioses son inmortales; para ellos la muerte no existe y, por lo tanto, no tienen conciencia de ésta; por su parte, los animales, aun siendo mortales, carecen de esta conciencia, para ellos la muerte es impensable. Ante lo imposible y lo impensable, el hombre se hace consciente de su límite.
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En los textos mencionados de Bodet y Tolstoi se presenta otra cualidad del ser humano consciente de este hecho: por falta de salud, el hombre que se aproxima a su muerte sufre un distanciamiento del resto de los hombres enajenados del proceso degenerativo de su condición física.
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En su ensayo, Torres Bodet afirma que vivir es un acto de egoísmo como también lo es el temor de morir porque quien comienza a aproximarse al final de sus días se queda solo ante su propia angustia, contemplando el “espectáculo de esa solidaridad admirable que representa, para los vivos, la fe en la vida”,
[2] y agrega:
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“[…] se vive y se muere solo. La diferencia estriba en que, mientras vivimos, hay seres que nos odian y que nos aman. Nos envidian o nos desprecian; pero el que sabe que va a morir está más allá del odio y del amor, de la envidia y hasta del desprecio”.
[3]
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En el caso de La muerte de Iván Ilich, el protagonista se enfrenta a este razonamiento a través de un proceso de degradación física que lo encamina hacia una transformación emocional
[4] hasta que llega a su muerte, como en un acto de liberación, anulando todos sus temores.
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En esta novela resalta aún más el distanciamiento entre los sanos y quien se acerca a su muerte: Iván Ilich, además de saberse inútil ante sí mismo y un estorbo para sus hijos y esposa, debe padecer la indiferencia de sus amigos y, peor aun, de sus familiares, irritándose ante la alegría, la salud y la fuerza de todos ellos, quienes no logran comprender su estado ni su transformación, que le han llevado a comprender
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“[…] que la felicidad es efímera y que mientras se es sano y se vive en la opulencia, la gente te quiere; pero que cuando padeces un terrible mal, lo único que desean los que te rodean es que te mueras para que ellos puedan llevar una existencia normal”.
[5]
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Así, ante la muerte, los seres humanos no sólo nos diferenciamos de los dioses (en caso de considerar su existencia) y de los animales, sino también de nuestros congéneres, transformándonos en individuos incomprendidos al momento de nuestro proceso de extinción.
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Ante la diferencia y el aislamiento, el camino hacia nuestra muerte (por prolongado o breve que sea) termina siendo no sólo, en su caso, un proceso de degradación física, sino también, y sobre todo, el punto medular en que, como unidades, como minúsculos eslabones de una cadena que forma parte del cosmos, hallamos ante nosotros la vida que comenzamos a dejar (o que nos va dejando), la cual continuará con su ciclo.
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Luego entonces, la verdadera razón de vivir tal vez sólo sea ese instante en que se precipitan las horas, los días y los años vividos para entender nuestra existencia de individuos en función de nosotros mismos y de los otros, aceptando que
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“Somos, apenas, gotas de un río inmenso. Si una se pierde, millones y millones se disponen a remplazarla. Nada acaba con el ente que acaba, sino ―a lo sumo― su oscuro estremecimiento. La única ley positiva de la existencia es la de no atar el destino del mundo a la dimensión de lo individual”.
[6]
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Al final, somos un grano de arena en el cosmos, pero con una esencia que se percibe en un único instante (como flashazo en la oscuridad), un único instante en la desmesurada eternidad. Esa esencia es la conciencia de haber sido.
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Habrá que preguntarse ahora ¿qué finalidad tiene esa esencia después de muertos? Claro, sólo en el instante de absoluta soledad, al enfrentar cada uno su propia muerte hallará respuesta. Ante el hallazgo intransferible, tal vez valga la pena cambiar la pregunta y cuestionar: ¿qué finalidad tiene esa esencia (de haber sido y estar siendo) mientras vivimos?
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Título de la obra: Dos mujeres y flores
Autor:
Fernand Léger (1881-1955)

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[1] Véase: “Saberse un ser para la muerte, esencia del hombre en el Gilgamesh”; en el sitio web Mi Rosa de los vientos y su Norte.
[2] Jaime Torres Bodet. “Reflexión sobre la muerte”; en José Luis Martínez. El ensayo mexicano moderno. Fondo de Cultura Económica, Col. Letras Mexicanas, México, p. 47.
[3] Ibidem. p. 46
[4] Entregado a las anodinas convenciones del interés materialista (desierto de amor y mezquino), que lo llevan a vivir como un muerto (por su carencia de vida emocional, intelectual, cultural y social), apunto de morir, Iván Ilich repasa su vida y comienza a tener vida emocional.
[5] Guadalupe Obón L. “Prólogo”; en León Tolstoi. La muerte de Iván Ilich. Editorial Nuevo Talento. México.
[6] Jaime Torres Bodet. Op. cit. p. 47.

viernes, 11 de julio de 2008

Visión del mundo en Las flechas de Apolo: incertidumbre del hombre ante su finitud

“Una novela, dice Ernesto Sabato, no se escribe con la cabeza, se escribe con todo el cuerpo”.[1] En este sentido, muchas de las cosas que expresan los autores en sus obras parecen oscuras ante el primer intento de explicación razonada sobre los porqués de lo escrito, dado que en el proceso de creación literaria interactúan las distintas fuerzas del “yo-inventivo”: fuerzas inconscientes y subconscientes se mezclan con las conscientes, con la voluntad creadora y con las ideas estéticas o filosóficas que el autor posee. Por eso, afirma Sabato, al final la obra es una visión o, mejor aún, una concepción del mundo.
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Testigo de la gestación de esta novela ganadora del
Premio Internacional de Narrativa “Ignacio Manuel Altamirano” otorgado por la Universidad Autónoma del Estado de México, pude ver al autor, Omar Ménez Espinosa, inmerso en prolongadas horas de lectura, redacción e investigación (en documentos del Archivo Histórico Municipal de Toluca y en museos médicos y de armamentos), sin descartar las horas dedicadas al tallereo indispensable para dar fin a Las flechas de Apolo, libro que con su publicación hoy cierra, para este autor, el proceso creativo de la obra (que abarcó poco más de un lustro) e inaugura el proceso recreativo de sus lectores.
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La historia de Las flechas de Apolo se desarrolla en el lapso de un año: desde la noche del 28 de diciembre de 1829 hasta la de los Santos Inocentes de 1830 en San Joseph Tolotzinco, poblado de la Prefectura de Toluca. En este periodo se narran las vicisitudes por las que atraviesa la población de San Joseph al padecer, durante los primeros ocho meses del año 1830, la presencia con rostro pustuloso y tentáculos morbíficos del personaje principal del relato: LA EPIDEMIA DE VIRUELA.
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Así como en la “Rapsodia primera” en la Ilíada de Homero se esparcen las flechas de Apolo infectadas con la peste luego de haber sido invocado este dios por el sacerdote Crises para acabar con los dánaos en venganza de no haber sido aceptado el rescate que ofreció por su hija, prisionera del enemigo, de la misma forma, la epidemia de viruela diezma a la población, propagándose entre los tolotzinqueños.
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En el epígrafe de la novela de Omar Ménez se cita un fragmento de dicho pasaje de la Ilíada, al que también hace referencia el personaje-narrador de la obra: el doctor José María Uruñuela. Dice el epígrafe:
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“Al principio el dios disparaba contra los mulos/ y los ágiles perros;/ mas luego dirigió sus mortíferas saetas a los hombres/ y continuamente ardían muchas piras de cadáveres”.
[2]
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El leit motiv del dios flechador nos recuerda que en la mitología griega y romana Apolo ―uno de los dioses olímpicos, hijo de Zeus y Leto, hermano gemelo de Artemisa― es considerado invariablemente como dios de la luz y el sol; de la música, la poesía y las artes, al regir en ellas la armonía, el orden y la razón; asimismo, es dios del tiro con arco; de la verdad y la profecía, y de la colonización (se dice que Apolo aconsejaba sobre la instauración de colonias; según la tradición griega, ayudó a los cretenses o arcadios a fundar la ciudad de Troya). También es considerado dios de la medicina y la curación, en este último caso, se menciona como el elegido para traer la enfermedad y la plaga mortal, y es capaz de poder curarla.
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La etimología del nombre de este dios es incierta, se relaciona con los significados de “redimir”, “purificar”, “el que siempre dispara”, “unidad” (o, literalmente, “privado de la multitud”), “rebaño”, “asamblea” (por lo que Apolo sería el dios de la vida política) y, por supuesto, se le asocia con el verbo: “destruir”.
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El total de vidas segadas por la viruela en San Joseph Tolotzinco, “según los medios gubernamentales” (p. 193), fue de seiscientas cincuenta a setecientas; en realidad, como lo atestigua el doctor Uruñuela, fue el doble, contando “niños, adultos y ancianos, mujeres y varones” (p. 193). Este fue el precio que pagó la población para librarse, después de ocho meses de incertidumbre, de la epidemia.
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La salvación de los personajes que logran sobrevivir en la novela se consigue gracias a las medidas curativas y preventivas ―tanto médicas, como económicas y políticas en materia de urbanización sanitaria― aportadas por los integrantes de la Junta de Sanidad Municipal de la que forman parte los doctores José María Uruñuela, Miguel Castillo, Joaquín Martínez y Antonio Gallo, así como el fraile Francisco Muñoz y el señor José María González Arratia.
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Luego entonces, las flechas apolíneas lanzadas contra la población tolotzinqueña no sólo permiten a los médicos del relato, principalmente al narrador, cuestionar los principios aprendidos como verdades en la Escuela de Medicina a fin de dar con el tratamiento eficaz para la curación de enfermos virolentos; las flechas también dan pie al inicio de urbanización y repoblación del municipio para que éste deje de ser “un triste villorrio habitado por tristes muertos… tristes muertos vivientes”. (p. 13)
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Dios de la verdad y la profecía, de la colonización, de la medicina y de la curación, Apolo se presenta simbólicamente en San Joseph Tolotzinco disparando sus flechas para destruir o diezmar a la población, para poner en tela de juicio las verdades científicas y metafísicas, para exponer al hombre ante sí mismo en su condición finita y redimirlo ante la aceptación de su verdad individual: el egoísmo de saberse vivo, empeñado en la lucha por continuar respirando el mayor tiempo posible, pues, cito un pasaje de la novela:
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“el deseo de inmortalidad es instintivo, nace en la médula de los huesos, circula con la sangre y baña todas las fibras, tejidos y vísceras del organismo, forma parte de la naturaleza corpórea y obsesiona a los animales y a los hombres […] el raciocino nos hace entender que al final, la muerte, triunfadora, nos envolverá con su frío sudario y aún así, rogamos por que se nos concedan unas pocas bocanadas más de aire, aunque sean breves; suplicamos por unos instantes más de vida consciente”. (p. 202)
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Retomo las palabras de Ernesto Sabato cuando afirma que: “aunque el ser humano vive en su tiempo y es necesariamente un ser social e histórico, también subsiste en él el hecho biológico de su mortalidad y el problema metafísico de la conciencia de esa mortalidad, su deseo de absoluto y de eternidad”,
[3] por eso, señala el autor de El túnel: “La novela [como género literario] intenta explorar y encontrar un sentido en la existencia del hombre […], intenta dar la totalidad [de éste]”,[4] y ese sentido, esa totalidad no es otra cosa que el encarnizado examen de la condición humana.
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En la epopeya
[5] contemporánea de Las flechas de Apolo se transforman en ficción las biografías de personajes reales quienes, al lado de los personajes ficticios, se enfrentan contra la epidemia, develando en sus actos la inevitable condición humana ante la incertidumbre de la finitud.
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En esta lucha por la sobrevivencia, no importa si se es pobre o rico; médico, brujo sacerdote o profano; hombre, mujer, niño o anciano; loco, cuerdo o paranoico; español, criollo, mestizo o indígena…, cualquiera busca la curación del cuerpo o, en caso extremo, la salvación del alma.
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Ninguno escapa a esta condición humana: ni don José Hermógenes quien, no obstante haber permanecido en cuarentena voluntaria en la azotea de su casa, tropieza al salir de su refugio y muerte; ni doña Hipólita, la vieja recolectora de perros callejeros encomendada a la protección de San Roque; ni el doctor Castillo, refugiado en el suicidio; ni siquiera el propio narrador, el doctor Uruñuela, a través de cuya voz y conciencia el lector no sólo se entera de los avances y límites sobre los conocimientos médicos de la época, así como de los acontecimientos históricos no tan remotos (como la lucha de Independencia y la participación de masones escoceses y yorkinos en las reformas políticas), además de los contextos tecnológicos y socioeconómicos que condicionan las actitudes de los personajes. A través de esta voz narrativa el lector también establece empatía con el médico, con la inevitable incertidumbre de éste y con su oculto egoísmo, reprimido en un sentimiento de culpabilidad.
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Así, Omar Ménez Espinosa examina, a través de sus personajes, la condición humana ante esta lucha contra la mortalidad y para ello se sirve de distintas técnicas narrativas como: la crónica (que parte de acontecimientos reales y se mezcla con los ficticios), el diario personal, el uso de planos alternos para relatar acontecimientos desarrollados en distintos espacios y tiempos, el ensayo científico y literario, la trascripción de documentos oficiales y el leguaje cinematográfico, evidente este último en el capítulo que cierra la novela.
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No sé si Las flechas de Apolo sea una novela que trascienda la época contemporánea a su autor, eso sólo ustedes, posibles lectores, y los lectores posteriores a ustedes, podrán decidirlo.
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Considero, al menos, que es una gran novela si tomamos en cuenta que “las grandes novelas son aquellas que transforman al escritor (al hacerlas) y al lector (al leerlas)”. Por eso, dice Ernesto Sabato, la palabra “agrado” o la palabra “placer” no tienen nada qué ver con esta clase de literatura. “No se escribe para agradar sino para sacudir, para despertar”.
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Espero, entonces, que al leer Las flechas de Apolo, más que resultarles agradable o placentera la obra del doctor Omar, les sacuda o les despierte emociones ocultas en el inconsciente de cada uno de ustedes al serles develada, con la lectura, la concepción del mundo entramada en la obra, la cual, si bien fue escrita con todo el cuerpo, deberá leerse no sólo con la cabeza, sino, también, con el cuerpo entero.

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Texto leído en la presentación del libro el martes 27 de mayo de 2008 en la Capilla Exenta de la ciudad de Toluca, como parte de las actividades de la Feria Nacional del Libro 2008 (FENIE), organizada por la UAEM.


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[1] Ernesto Sabato. “La obra como visión del mundo”; en: Antología de textos sobre lengua y literatura. UNAM, México, 1971, p. 176.
[2] Omar Ménez Espinosa. Las flechas de Apolo. UAEM, México, p. 9. Para las siguientes citas de este libro sólo indico entre paréntesis la página.
[3] Ernesto Sabado. Op. cit. p. 177.
[4] Ernesto Sabato. “Las letras y las bellas artes”; en: Antología de textos sobre lengua y literatura. UNAM, México, 1971, p. 183.
[5] Epopeya porque consiste en la narración extensa de acciones trascendentales o dignas de memoria para un pueblo en torno a la figura de un héroe que representa sus virtudes de más estima.
[6] Ernesto Sabato. “No se escribe para agradar…”; en: Antología de textos sobre lengua y literatura. UNAM, México, 1971, p. 198.

jueves, 10 de julio de 2008

In memoriam

Hay cosas que están en mi alma
y quedarán contigo
cuando me haya ido;
en todas acabo diciendo:
Cuánto te he querido.
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Hay cosas que escribo en la cama,
hay cosas que escribo en el aire;
hay cosas que siento tan mías,
que no son de nadie.
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Hay cosas que escribo contigo
y hay cosas que sin ti no valen;
hay cosas, hay cosas
que acaban llegando tan tarde.
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Carta urgente. Rosana Arbelo.
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Aarón, en sus propias palabras:

“Nació en 1984 de puro milagro porque se le pasó la hora por un mes, desde entonces llega tarde a sus compromisos. Fue buen estudiante hasta la primaria. Cineasta frustrado, terminó casualmente dedicándose a uno de sus mayores gustos: la escritura. Para instruirse en ello cursó el diplomado de Creación Literaria de la Escuela de Escritores de la SOGEM. Actualmente cursa la carrera de Creación Literaria en la UACM. Tras una invitación de Víctor Corrales a mediados de 2007 para participar en una exposición multidisciplinaria, crea un proyecto del que se deriva el colectivo literario In-mural”.
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En una de sus tradicionales recapitulaciones de año,
[2] de las que acostumbraba enviar a sus amigos y contactos por correo electrónico, y en las que no falta el toque humorístico (a veces sarcástico) que lo caracterizó, dejó dicho: “Soy feliz. Sé que es fugaz y puede cambiar mañana. Lo importante es que soy feliz en estos momentos. Me siento pleno.
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“[…] En lo poco que puedo hurgar de mi pasado, escasas cosas se comparan con las que ocurrieron este 2005. […] Este año mi corazón fue azotado como cuando adolescente. Caí y me levanté y volví a caer para levantarme nuevamente.
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“[En el aspecto escolar,] es difícil que las cosas sean como a los 15. Para ser sincero, no me parece que ninguna escuela vuelva a ser lo que fue la prepa. Sí, no niego que disfruté de la Escuela de Escritores. Me reencontré con una parte que había olvidado. Este año en particular, los dos semestres que lo conformaron, académicamente hablando, no me fueron tan entrañables como los anteriores. Aún así agradezco la introducción que tuve a la televisión y la novela. Produje en la materia de Cuento uno de mis trabajos predilectos aunque de los menos cercanos emocionalmente. María Elena me alentó a escribir algunos de mis mejores dramas en su clase. No podré dejar de maravillarme con Verónica Murguía. Me fascina, me embelesa. Abrió un mundo desconocido para mí y para el que estaba bloqueado. Soy ahora gustoso de la Literatura Infantil y aquella que encasillan como fantástica. Por otra parte, aunque todo apunte a que estoy negado para escribir poesía, logré tomarle cariño gracias a María de la Cruz Patiño. Habré de [reconocerle] el acercamiento al que me motivó. Hoy puedo decir que leo la Poesía con otros ojos y mi ser se ilumina con ella. Así mismo debo agradecer a Bernardo Ruiz el que no me haya reprobado. Quizá, después de todo, no soy tan malo para la novela. Ignoro por qué aprobó mi trabajo, pero sin él no podría presumir que soy egresado de la Escuela de Escritores de la SOGEM. Y es un gusto saber que no volveré en enero a un nuevo semestre, se estaba volviendo una obligación y no un gusto el asistir a clases.
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“[De mis mayores logros]: Dicen que he cambiado, no a todos les agradaron los cambios. Me es inevitable cambiar, soy un ser humano y es parte de mi proceso de maduración. Lo que sí puedo asegurar es que he trabajado en cambiar actitudes por las que me llamaron grosero, patán e hiriente.
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“En otro aspecto, estoy muy satisfecho con mi cuento La esperanza-Despeñadero que escribí a lo largo de la primera mitad del año y contentísimo con toda mi producción de teatro del 2005. Pero lo que más adentrado llevo en mi ser es un hombre y dos libros: La historia interminable y Las aventuras de Huckleberry Finn.
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“[…] Siempre hay un lado malo. Lo peor que sucedió este año es haber adquirido la adicción al internet y en específico al chat. Puede sonar ridículo, pero trajo consigo varios problemas entre los que puedo destacar la impuntualidad, el bajo rendimiento escolar, perderme de muchas citas y eventos de mi interés, el aumento en el recibo telefónico, desvelos y regaños. Me gusta siempre rescatar el lado positivo y creo que en él entra haber ganado varios cuates.
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“[…] No siempre soy muy expresivo. No estoy seguro de haberles dicho a las personas que son importantes en mi vida que las quiero. Espero y lo tengan presente. Se los recordaré con más frecuencia. Aún hay tiempo, si es que la muerte no viene por mí antes”.
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No obstante que en su última recapitulación, la de 2008,[3] enfatizaba su inconformidad por los sucesos del año pasado, mostraba su esperanza por la buena cara con que se le presentaba el 2008. “Parece traerme, decía, mejor suerte. Que así sea”.
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Que así sea, Aarón, querido “Goruco”, querido “Chipocludo” y más que eso: “Retechipocludo”
[4]
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Hay cosas que se lleva el tiempo
sabe Dios a dónde;
hay cosas que siguen ancladas
cuando el tiempo corre;
hay cosas que están en mi alma
y quedarán conmigo
cando me haya ido;
en todas acabo sabiendo:
Cuánto me has querido.
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Hay cosas que escribo en la cama,
hay cosas que escribo en el aire;
hay cosas que siento tan mías,
que no son de nadie.
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Hay cosas que escribo contigo
y hay cosas que sin ti no valen;
hay cosas, hay cosas
que acaban llegando tan tarde.
Hay cartas urgentes que llegan
cuando ya no hay nadie…
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Carta urgente. Rosana Arbelo.
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Aarón, en mis palabras:

Hace un mes se veía débil, pero con la fortaleza y el humor para dejarnos esperanzados en una pronta recuperación. Sin embargo, 15 días después, algún debilitamiento debió tener porque lo remitieron a cuidados intensivos. Todos cruzamos los dedos porque su fortaleza (emocional y espiritual) no le faltara para resistir otro poco... pero el destino es adverso en estos casos. El 10 de mayo nos dejó.
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Ahora, Aarón está bien, sé que es energía en el cosmos. Nos despedimos a tiempo. Estuve en vida con él y él conmigo cuando nos necesitamos. Cumplió su ciclo: vivió como quiso, amo cuanto pudo y su existencia alcanzó a SER, a desplegarse en vida hasta ser feliz y compartir esa luminosidad de alegría.
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Está en paz con la vida, puede partir y, extrañándolo quienes nos quedamos y lo recordaremos, le agradecemos por habernos dejado estar en su vida (y por haber estado en la nuestra).
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Reconozco que se fue joven y que le faltó mucho por vivir y aprender, pero presiento que tenía un límite ―más corto que el de nosotros― y estaba preparado para ello, incluso sin saberlo, o sin saberlo conscientemente.
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(Confieso que me duele su ausencia, pero quiero dejarlo ir para que no deje de ser energía. Suelto su cordón de plata, aún atado a mí, para que su espíritu se eleve a donde tenga que llegar…).
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Homenaje a Aarón Iván Luyando
(20/julio/1984-10/mayo/2008)
Lobby de la UACM, México, D. F.;
miércoles 4 de junio de 2008.


Ciudad interna, 9 de julio de 2008.
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Y porque sigo hablado contigo, en tu ausencia, y dialogándonos ―sin pulsar las teclas― al ver tu nombre, Aarón, en mis contactos del correo electrónico, del messenger y del celular (aún con tus mensajes)…
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Y porque al mirar para arriba en las ciudades, buscando cúpulas, “pienso en verde”,
[5] añorando las pláticas del Arqui Teddy (Francisco Di Nardo; Argentina 7/diciembre/1950-1/mayo/2008), volador de parapente, volador de la vida, amigo eterno radicado en mi eterno Norte apuntado al Sur…, amigo-íntimo por siempre de mi amiga-hermana Pepiò…
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Y porque no he de olvidarlos, Aarón y Teddy, como no olvido a otr@s (en espera de encontrarl@s sorpresivamente en las calles de mi Ciudad interna: Alberto Antonio Salgado Barrientos, Esvón Gamaliel…)…
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Y porque los he querido…, y porque hay cosas que sin ustedes no valen la pena…; mientras nos encontramos, acá les recuerdo… con mis palabras, con mis cartas...
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[1] Autobiografía para la exposición del proyecto In-mural.
[2] Correo electrónico: Mensaje: Recapitulación anual, fecha: 2005.
[3] Correo electrónico: Mensaje: Mi tradicional recuento anual, fecha: 2 de enero de 2008.
[4] Seudónimos de Aarón en el Messenger.
[5] Por nuestras promesas de reencontrarnos en Buenos Aires para compartir una Heineken, como la que nos hermanó en Palermo.

Reseñas de libros:

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